Los niños y adolescentes chilenos vuelven a estudiar "Lenguaje y comunicación". Se verán los alumnos enfrentados a distinguir la situación enunciativa y completar el tour de la situación argumentativa. Sus libros de textos les enseñarán a leer el diario y a escribir una carta de renuncia; la literatura será ahí apenas sugerida como "fuente de valores" o argumentaciones o para estimular su imaginación (como si eso no lo hicieran ya la televisión y el computador). Una lista dispar de textos sugeridos vendrán a decorar el eje del programa que no es otro que entregarle al alumno algo que tiene -lenguaje y comunicación- a cambio de no darle aquello de lo que carece, cultura general. Le enseñarán a hablar -cosa que hace- para no darse el trabajo de enseñarle a leer, que por cierto es algo más que descifrar letras o responder controles de lectura llenando casilleros.
No puede haber algo más autoritario y más presuntuoso que enseñarles a los alumnos "lenguaje y comunicación". Sin decirlo, el solo enunciado viene a recordarles que el idioma que hablan con sus madres, padres, compañeros y amigos no es un lenguaje sino un balbuceo sin sentido. Protegido en la jerga de una lingüística comprendida a medias y repetida como loros, se les recuerda a los alumnos que hay un solo lenguaje posible y deseable, ese en que se redactan las cartas a los jefes. El programa apenas esconde la intención de convertir a los alumnos en empleados del mes que sepan expresarse en el lenguaje común con sus empleadores. Los empleadores, los jefes de cualquier orden, saben que es justamente el relato, la manera de contar y descifrar un cuento los que los ha puesto en ese lugar. Nadie pondrá en peligro su poder mientras el lenguaje sea para los otros algo que se aprende y se corrige y no algo que se aprende a usar con una mezcla de libertad y rigor que sólo la literatura enseña.
Imagínese una escuela de música que les enseñara cuatro años a sus alumnos que una guitarra tiene seis cuerdas sin permitirles nunca usarla. Imagínese un profesor de gimnasia que les enseñara a los alumnos el funcionamiento de los pulmones prohibiéndoles correr. Tendremos una imagen aproximada de lo que se ha logrado, reforma tras reforma, con la asignatura que alguna vez se llamó castellano. El programa no sólo desdeña la literatura sino que la aparta y circunda y circunscribe llenándola de alambres de púas y torres de vigilancia.
Que nadie pierda tiempo y dinero después fomentando la lectura y los libros, cuando se intenta en la escuela con verdadero éxito que el alumno trate al libro como a un forastero incómodo que tiene que ser administrado con cuidado penicilínico. Viejo residuo de nuestro catolicismo español o simple fruto de pedantería puritana de los educatólogos, los libros son aquí fuente de valores o de argumentos que nos enseña a amar o respetar la diversidad. Sujeto a comentario que los empobrece, que evitan que sean el lugar en que el lenguaje y la comunicación encuentran su escenario privilegiado.
Los niños aprenden a hablar y a comunicarse con el mundo a través de cuentos. Sus padres, sin haber estudiado curricología-psicolingüística o didactología-sociológica, entienden que los relatos son el filtro a través del que el mundo no es presentado. Saben también que el lenguaje existe para contar cuentos como contar cuentos nos sirve mejor que cualquier otro método para aprender los usos y límites del lenguaje. El colegio pareciera empeñado en desmontar esa máquina perfectamente construida para rearmarla olvidando la mayor parte de las piezas que lo hacen funcionar.
Los niños entran así al colegio con un lenguaje y una literatura completa y viva aprendida en sus casas, campos y barrios para salir hablando a tropezones en un idioma ajeno y amenazante, comunicando lo que no quieren y sin saber quién es el Cid Campeador o siendo incapaces de contar un chiste sin empezar por el remate. Se trata entonces de hacer lo contrario de lo que el profesor de matemática intenta. Este logra que abstracciones lejanas, los números, las ecuaciones y teoremas, se hagan concretas. El curso de lenguaje logra convertir eso que todos usamos y conocemos en algo lejano e intocable, una especie de laberinto de código de los que otros tienen las llaves que nunca abren ya cofres de tesoros invisibles.
¿Qué tiene de tan peligroso la literatura que el Estado, con impuestos y curriculum , se ocupa de luchar contra ella? ¿Pueden Neruda, Bertoni o Mellado destruir la pureza de nuestra juventud? Sinceramente creo que la desmesura de los medios que se emplean contra los libros en Chile, sobrepasa el peligro que ellos representan. Leer no te hace mejor, ni más poderoso, ni necesariamente más rebelde. Leer no hace rico a nadie que yo sepa. No saber leer leyendo -el logro único de nuestro sistema educativo- es una fuente innegable de miseria. La peor de todas las miserias, la que nos separa justamente del lenguaje y la comunicación que como una mariposa muerta el profesor clava en un triste insectario de lo que voló alguna vez y ahora sólo recibe polvo y nombre en latín.