¿Vale la pena seguir preguntándose si acaso "Amour" es mejor que "No"? El que una película le haya ganado a la otra el domingo pasado, en los premios Oscar, se reduce a algo anecdótico si pensamos que ambas obtendrán lo que su nominación desde ya les garantizaba -amplia difusión en muchos mercados-, pero también al considerar algo que sí le interesaba a ambas realizaciones mucho antes de los premios: nuestras respectivas formas de cargar con el pasado en el presente.
"No" lo abordaba tanto desde su condición de filme de época como desde el formato que eligió para contar la historia, apropiándose hasta de la textura de las imágenes pasadas en su esfuerzo por mirar hacia atrás. La operación de "Amour" parece a primera vista más simple, pero solo en la superficie: bien entrada la película y cuando en la pausada vida de este matrimonio de octogenarios la enfermedad ha hecho su aparición -una sucesión de ataques al cerebro que dejará postrada a Anne (Emmanuelle Riva) y que convertirá a su marido Georges (Jean-Louis Trintignant) en su exánime enfermero-, la mirada de los realizadores se posa plácida en un viejo y severo álbum de fotografías. Anne las hojea con parsimonia, deteniéndose aquí y allá; guardándose sus impresiones para ella misma, pero sin el menor ánimo de despedirse de un pasado que todavía informa cada minuto de su presente. Vemos a Anne de adolescente, de niña, de madre; posando casual y formal, pero -al revés de lo que suele ocurrir en otras escenas de este tipo en filmes vulgares- pasado cierto momento, queda claro que no solo estamos observando la historia de este matrimonio de ficción: estamos mirando directo al pasado de Riva y de Trintignant, a su intimidad en aquellos lejanos días en que -fuera de pantalla- solían verse tal y como en los clásicos filmes con que solemos asociarlos.
Emmanuelle Riva ya no se parece a la joven mujer de "Hiroshma mon amour" (1959) ni a la fascinante León Morin, "Prêtre" (1962), y a muchos les costará asociar al Jean-Louis de Mi noche con "Maud" (1969) y "El conformista" (1970), con el anciano que se resiste a dejarse llevar por la tragedia que Michael Haneke diseña para él, en el filme. La distancia entre una y otra imagen, ese virtual salto de un siglo a otro entre la gente de las fotos y los viejos del filme, se vuelve insalvable, tenue y frágil; no muy distinto de la percepción que tenemos de nuestra respectiva apariencia y recuerdos.
Espectáculos como el del Oscar y otros asociados apuestan por paliar este abismo recurriendo al bálsamo de la nostalgia y así se supone que debemos emocionamos de golpe al ver compactos que apelmazan decenas de películas y actores en su plenitud en unos cuantos minutos, a sabiendas de que se trata de una operación cínica y prefabricada que "Amour", confinada como está a las cuatro paredes que habitan los viejos, va combatiendo secuencia tras secuencia, concentrada en su tarea de mirar hacia adelante, en aferrarse al ahora, y -en último término- en ir acercándose paso a paso a la muerte, a la desintegración, al corte a negro.
Haneke proponía algo parecido en dos de sus filmes de temática social -"Código desconocido" (2001), donde los personajes se inmolaban en las ruinas del paneuropeísmo, y "Caché" (2005), que explicitaba la caldera racial incubada por el continente, sin pisar el palito a la hora de proponer soluciones-; pero esta tercera parada en clave pública, donde la Europa de los viejos y de la gerontocracia toma palco frontal, se siente deliberadamente teatral y privada; muy acorde con la obstinación del viejo Georges, quien va cerrando puerta tras puerta toda posible ayuda del exterior de la misma forma en que va clausurando sus recuerdos, dejando solo los estrictamente esenciales para revivirlos cara a cara frente a quien ama y, de esa forma, continuar siendo y viviendo, sin detenerse a medir las consecuencias, el dramatismo, la tragedia o el consuelo de estar aquí y, de pronto, no estar más.
"Amour"
Dirección: Michael Haneke.Con: Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant.País: Austria/Francia, 2012.Duración: 127 minutos.