El Festival de Viña del Mar, por tercer año en manos de CHV, logró aciertos tan impensados como dar valor de espectáculo televisivo a las competencias -queda pendiente el mérito musical- y aminorar la importancia de la farándula en torno a un evento que sí generó contenidos artísticos a partir de una parrilla construida con momentos de excelencia, popularidad e innovación. Por nombrar solo algunos: Elton John, los exponentes de bachata y reggaetón, y la apuesta familiar que fue 31 Minutos.
Por eso resulta mezquino que a la hora de la evaluación todo quede reducido a lo que, en esta versión, menos importó: la animación. Y más lamentable aún es que todo ataque desde los feroces paneles de TV -y por cierto, defensa desde CHV- esté referido al mérito de la presencia de Eva Gómez, a quien se la cuestiona básicamente por ser esposa del director general del evento.
A tres años de la presente administración, es evidente que la química entre la dupla Araneda-Gómez está lejos de ser real. El fiato no se da espontáneo, sino que crece con las noches. Y el oficio se tambalea ante pruebas tan previsibles como tener que dialogar en un inglés básico con figuras como Jonas Brothers o Elton John.
El canal ya anunció que está interesado en repetir a la pareja para el año que vendrá. Imposible no preguntarse si, a la luz del insoslayable conflicto de interés, es esto lo que se merece un cada día más meritorio festival.