"El Festival de los festivales" es el lema de la 54 edición del Festival Internacional de Canción de Viña del Mar. No es un eslogan gratuito, es una frase que busca recuperar el espíritu del evento que hace décadas trascendía fronteras.
En la época en que el Festival de Acapulco era su más cercano contendor y el Festival de San Remo, su más lejana inspiración, los chilenos nos congratulábamos de tener un certamen musical que no sólo invitaba a artistas nacientes como Shakira a representar a sus países en una competencia musical, sino que también era una vitrina de lanzamiento o consagración para figuras de la talla de Julio Iglesias, José Luis Rodríguez, Camilo Sesto, Ray Conniff, KC and Sunshine Band, Leonardo Favio o Miguel Bosé.
Todos esos nombres se dieron cita en un solo festival, el de 1981, recordado como el mejor de la historia y que en esta versión se buscará replicar.
Podría decirse que en este 2013 Miguel Bosé regresa después de ocho actuaciones convertido en el Camilo Sesto de 1981; y que Pablo Alborán viene a ocupar el espacio de promesa hispana que la voz de "Morir de amor" llenó dos décadas atrás. Elton John recibe en la actualidad la reverencia que antes despertó Ray Conniff y los Jonas Brothers bien podrían cautivar al relevo del público juvenil que KC hizo bailar. Maná, Romeo Santos, Wisin & Yandel y Daddy Yankee son fenómenos latinos tan populares como la balada romántica alguna vez lo fue.
Viña emprende esta noche el desafío de reeditar el evento cumbre de la historia de la escena local. CHV asume la tarea con camino avanzado, no sólo por la conformación de la parrilla artística actual, sino también porque en sus versiones anteriores se ha preocupado de remozar el look del escenario mas sin perder el espíritu fundacional. Tal como en 2012 Marc Anthony invitó al escenario a José Luis Perales para cantar a dúo "¿Y cómo es él?", el público espera que -incluso más allá de lo artísticamente bueno o malo- este festival nos regale esos "momentos Viña" que terminan por marcar a una generación. Que sea inolvidable, esa es la cuestión.
Es cierto que además de la música, el Festival de Viña tiene farándula, humor de dudoso gusto, competencia por los ratings televisivos, ganancias millonarias en publicidad y turismo para la ciudad. Pero nada de eso se compara con la posibilidad de construir, sobre un escenario y desde la platea, la memoria popular.