Pasó en Chile con "Los 80" y con "Los archivos del cardenal". Pasó en Colombia con "Pablo Escobar". La historia reciente de los países llevada a la TV, más aún cuando se recrean capítulos traumáticos de la vida nacional, genera un debate irreconciliable entre quienes exigen fidelidad documental y quienes defienden la libertad de la ficción.
Pero, a kilómetros de distancia de su denominación de origen, y a poco más de un mes de su estreno por Mega, la serie de Caracol TV, basada en los excesos del líder del cartel de Medellín, no deja de sorprender tanto por ser una producción de recursos tan ilimitados (US$165 mil por capítulo) como por la maldad del personaje en que se reencarna, en notable interpretación, Andrés Parra, hombre de raíz teatral.
En medio de más de un millar de actores, Parra destaca no sólo por su caracterización física, sino también por mimetización expresiva. Algunas líneas del personaje, amenazas del tipo "le mato a su abuela, y si está muerta, la desentierro y la vuelvo a matar", surgieron de su improvisación.
Material para inspirarse sin duda sobraba. La épica que acompaña las historias de los narcotraficantes de humilde origen es conocida: sumisión familiar, asistencia social y ambición política, todo mediatizado por el dinero amoral. Y, en el caso de Escobar, todo eso era llevado al exceso: importar hipopótamos para crear un zoológico para sus hijos, construir miles de viviendas sociales para los pobres de su pueblo o armar a la guerrilla para que asalte la sede del Poder Judicial.
"Va a pasar mucho tiempo antes de que la gente en este país se vuelva a morir de vieja", amenaza el Escobar de la ficción con total verosimilitud. Sus escenas son las más atrayentes. A ratos abyectas y a ratos dignas de comedia, las insólitas dimensiones del personaje relegan a un segundo plano cualquier trama secundaria, como su vida familiar o la dinámica entre los capos del cartel de Medellín. Y, de hecho, el gran error narrativo que en sus primeras emisiones ha mostrado "Pablo Escobar, el patrón del mal" es el de las largas secuencias dedicadas a la recreación del asesinato de Guillermo Cano, director del diario El Espectador. Por cerca de tres capítulos se quiso revelar la figura del valiente periodista que acusó desde sus columnas a Escobar, mostrándolo como un abuelo amante de la Navidad y musicalizando su asesinato, velatorio y funeral con temas de trova cantados en su integridad.
Sin duda la mirada de las víctimas es un arco dramático necesario de explorar, pero los excesos deben cuidarse, sobre todo si la productora Juana Uribe y el guionista Camilo Cano son hijos de profesionales de la información secuestrados o asesinados por Escobar. El poder hay que saber administrarlo, para bien o para mal.