A primera vista no lo parece, pero la mecánica de las comedias románticas, y en el fondo de todos los filmes de género, está concebida en torno a estructuras rígidas como el acero. Y, por lo mismo, quienes se meten a jugar con estas no se hacen muchas ilusiones sobre innovar y romper esquemas, porque a menos que se maneje el material a la perfección, lo más probable es que por probar nuevos caminos uno termine totalmente extraviado.
En breve, las películas "de amor" suelen trabajar en torno a almas gemelas (y solteras) que se encuentran, se antagonizan, luego entran en crisis y por último se reconocen el uno en el otro. Final feliz. The End. Esto funciona así desde los días en que Fred Astaire bailaba con Ginger Rogers y no cambió con la aparición de Cary Grant, Harrison Ford, Meg Ryan, Sandra Bullock y otros curtidos especialistas en esta clase de productos. Cuando nos sentamos a ver una de estas películas, ya tenemos idea certera de cómo se va a resolver, entonces ¿dónde radica la gracia?
Es la pregunta que repta al fondo de cada escena de "El lado bueno de las cosas", la historia de Pat, un paciente bipolar (Bradley Cooper) que, a la salida de la clínica siquiátrica y de vuelta en la casa de sus padres, se encuentra con la horma de su zapato: Tiffany, una joven y obsesiva viuda (Jennifer Lawrence) que lo convence a fuerza de porfía, y más de algún engaño, para pararse en dos pies y llevar una vida normal, dentro de su condición. Si la trama les resulta familiar, no se inquieten: Silver Linings Playbook -ese es su título original- recorre a su manera la misma ruta que "Mejor... imposible", esa comedia donde un compulsivo Jack Nicholson encontraba cierta paz del brazo de Helen Hunt, una empeñosa y sufrida madre soltera dispuesta a soportar todas sus locuras, o enamorada de él precisamente a causa de estas, etc. De modo que las piezas de ajedrez cambian, pero el partido es casi el mismo.
No tanto, en realidad. Si "El lado bueno de las cosas" llegó donde está (con ocho nominaciones al Oscar y entreverada entre cintas tan "serias" como Lincoln, Amor o Zero Dark Thirty) no es por sus inyecciones de ternura y sentimentalismo, o por la garantizada popularidad de su elenco -que aparte de Cooper y Lawrence incluye a Chris Tucker y un recargado Robert De Niro-, sino por su increíble capacidad para navegar dentro de la montaña de clichés, lugares comunes y escenas obligadas que impone el género, logrando echarse en el bolsillo a una audiencia que ya se los conoce y los anticipa de memoria, pero que al verlos desplegados en pantalla con ejemplar perfección no tiene otro remedio que dejarse llevar.
David O. Russell, director y guionista del filme, había enfrentado un desafío similar hace un par de años cuando combinó con eficacia un drama familiar con uno deportivo en "The fighter" (que también llegó a instancias de Oscar). En esa ocasión, había superado los obstáculos a punta de realismo y honestidad con sus personajes, creando una película de barrio ahí donde pudo existir otra "epopeya a lo Rocky". Lo de "El lado bueno de las cosas", viene a ser su antónimo: un descarado ejercicio de estilización que no gasta ni un minuto en cuestionar la credibilidad, la sicología y los propósitos de alguien como Pat y Tiffany. A la manera de mucha comedia clásica de Hollywood, lo planta con sus problemas frente a nosotros; confiando en que estos -y el atractivo de los protagonistas- serán suficientes para transmitir cierta ilusión de que lo que estamos viendo es real y plausible. De que algo remotamente parecido sí podría ocurrirnos a nosotros.
No es casual que el clímax mismo de la historia involucre a la pareja en un concurso de baile estilo "Dancing with the stars": la película -sobre todo su montaje y banda sonora- le debe a los musicales más de lo que sus realizadores estarían dispuestos a aceptar. La gran diferencia es que, al momento de declarar lo que siente por dentro, Bradley Cooper ya no puede llegar y ponerse a cantar como Gene Kelly. Incluso en Hollywood ya no se goza de esa libertad.
Silver Linings Playbook
(Estados Unidos, 2012). Con Bradley Cooper y Jennifer Lawrence. Dirección de David O. Russell. 121 min.