Es la época del año en que se rompen las rutinas, cuando el apurado quehacer da paso al reposo, cuando se toma distancia de las labores cotidianas que llenan la vida. Es cuando en las playas se retoza no tanto al sol, sino a la brisa marina, fresca y con ese tonificante sabor yodado.
También es el momento, en los campos de La Araucanía, en que las puras brisas que cruzan nuestro territorio acarician los trigales meciendo las espigas que ha producido la actividad de los hombres, y que se extienden por interminables lomas cuya suavidad de formas denota las caricias del aire tibio. Los añosos bosques de oscuro verde, y al fondo la cordillera con sus volcanes, forman un marco que realza y une la belleza del trabajo con la agreste naturaleza.
Pero en esta parte del país no es ésta la época para retozar, sino el momento en que la siega y la trilla apuran la vida de los hombres para recoger el trabajo del año. Es el momento en que se afirma un nuevo eslabón en la fructífera cadena que une las vidas y las generaciones de sus habitantes a lo largo de los siglos.
Es la manifestación del esfuerzo que ha hecho fructificar los campos que esperaron durante milenios; del que ha levantado las ciudades al requerir el apoyo de tantos otros, de tan lejos como los que fabrican las maquinarias, y de tan cerca como los que las mantienen, y de numerosos más que contribuyen directa o indirectamente con las incesantes labores agrícolas; del que ha extendido los caminos que permiten la comunicación con los vecinos que desarrollan iguales faenas, con los que prestan los servicios de apoyo desde las ciudades, y con los que consumen sus productos, los de aquí, que son los menos, y los de allá lejos, que son los más, al otro lado del mundo, en una cadena interminable que da forma a la redondez del planeta.
Es así como en la belleza de esos trigales se manifiesta la cadena interminable, y al final indistinguible, de productores y consumidores, a la vez que un testimonio de las numerosas generaciones que se han sucedido en las labores.
Opacando la belleza y la riqueza vital de esos encadenamientos se han levantado seres oscuros y de rostros ocultos, para negar la vida con el odio. A las autoridades corresponde custodiar y velar para evitar que estas negaciones mortales se sobrepongan a las afirmaciones creadoras, y permitir que el país continúe encadenando personas y generaciones en el esfuerzo incesante y positivo de levantar la vida.