Las réplicas del 27-F todavía no cesan. A tres años de la tragedia -y con un país completamente normalizado- el terremoto y el tsunami siguen presentes. Y seguirán durante todo 2013.
El Gobierno y la Alianza han puesto todas las fichas en ese episodio para mostrar la incompetencia y falta de liderazgo de Bachelet. Y una especie de bendición del cielo ha hecho que el juicio oral coincida precisamente con la campaña presidencial.
"Bachelet debe pedir perdón", nos dijo Chadwick esta semana, recordándonos que la Presidenta y su gobierno tenían elementos suficientes para, al menos, alcanzar a evacuar algunas de las zonas afectadas.
No hay nada de ilegítimo en la estrategia de "tsunamizar" la campaña presidencial. La política es sin llorar y para marcar los puntos necesariamente hay que exacerbarlos.
No solamente no es ilegítimo, sino quizá también es necesario para desmitificar un recuerdo inmaculado del gobierno de Bachelet que es bastante incomprensible.
Por lo demás, el famoso video de la Onemi muestra un tras bambalinas bastante patético. Indecisión, improvisación y falta de mando. Una organización (Onemi) superada, una directora superada, unos ministros superados y una Presidenta superada.
Aunque para ser justos, hay que decir que esa no fue la más mala actuación del 27-F. Lo de la Armada fue peor. Baste con recordar al SHOA descartando el tsunami y a su comandante en jefe "relajado" en su casa.
Pero, en cualquier caso, es evidente que Bachelet y su gobierno no actuaron bien. De eso, pocas dudas caben. Malas decisiones costaron la vida de cientos de personas.
¿Implican esas malas decisiones una responsabilidad penal? Es bastante discutible. Las responsabilidades de malas decisiones gubernamentales parecen ser -por definición- políticas. Y hasta ahora, al menos, la gente no le ha pasado la cuenta.
El riesgo de "tsunamizar" la campaña está en que se enarbole la tesis del femicidio para mantener protegida a Bachelet, transformando así cada ataque no solo en algo inefectivo, sino que además en algo contraproducente.
¿Qué debe hacer la Alianza, entonces, para intentar conservar el poder? Dos cosas.
La primera es mostrar que la "nueva Concertación" no tiene nada que ver con la "vieja Concertación". Que se acabó la amistad cívica, que se acabó la mística y -lo que es peor- es que se acabó la mayor parte de la sensatez. Hoy la Concertación es una especie de montonera cuyas diferencias de fondo son insalvables. ¿Cómo conviven los pro mercado con los pro Estado, cómo conviven los pro Merkel con los pro Chávez, cómo conviven los Walker con los Teillier?
La "nueva Concertación" solamente puede subsistir en el futuro adoptando el modelo peronista argentino, donde quepan todos (corporativistas, izquierdistas, derechistas, liberales, ateos, religiosos, etc) y ese -qué duda cabe- no es mejor camino para Chile. En otras palabras, parece mejor para la Alianza levantar el "no de nuevo la Concertación" que el "no de nuevo Bachelet".
La segunda cosa que debiera hacer la Alianza es sacarse el complejo de este gobierno. Convencerse de lo que todas las cifras muestran. Convencerse, en definitiva, de que ha sido un buen gobierno. No se trata de levantar las banderas del "país ganador" con las que Pinochet intentó perpetuarse, se trata de levantar las banderas de que "la Alianza gobierna mejor". Y eso la gente lo debiera terminar percibiendo.