Recientemente participé en el Hay Festival de Cartagena de Indias, Colombia. Si no me equivoco, entre las decenas de escritores, artistas e intelectuales invitados, los estelares de la versión 2013 fueron los premios Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa y Herta Müller, rumana perteneciente a la minoría alemana, el británico Julian Barnes, el español Javier Cercas y el israelí David Grossman. Otro protagonista fue la anfitriona, la ciudad colonial amurallada del Caribe. Cada vez que vuelvo a ella, me parece mejor restaurada, más sofisticada, limpia y segura, más cosmopolita, más consciente de su significado y -algo crucial para su identidad y vigencia- más comprometida con la cultura. Ahora su sostenido proceso de restauración brincó extramuros, hacia barrios hasta hace poco alicaídos y olvidados.
El Hay Festival de la literatura y las artes, que se inició en 1987 en la ciudad galesa de Hay-on-Wye, y que ya tiene versiones en numerosas ciudades del mundo -aún no en Chile, lamentablemente-, adquiere en Cartagena de Indias una connotación simbólica especial, pues brinda un espacio de difusión y debate cultural en una ciudad rodeada por su muralla pero al mismo tiempo abierta al Mediterráneo latinoamericano, al que nutre de nuevas vivencias culturales e ideas. Grato e interesantísimo escuchar las conferencias, mesas redondas y presentaciones, sobre todo cuando se tiende a creer que los debates decisivos pasan por las redes sociales, especialmente Twitter o Facebook , por mencionar dos.
El festival comprende charlas, presentaciones y mesas redondas entre escritores y artistas, fomenta la circulación de ideas cuidadosamente articuladas y fundamentadas, y facilita la difusión de puntos de vista que inducen a la reflexión y permiten conocer los procesos creativos. Un ambiente intelectual así no es propicio, desde luego, para el mensaje limitado a 140 caracteres, la descalificación anónima o la ramplona difusión electrónica de clisés. Y esto lo afirmo siendo usuario activo de las redes. A diferencia de las escaramuzas o descalificaciones que abundan cada vez más en redes como las mencionadas, donde toda especialización importa un bledo y el aficionado insulta sin ruborizarse al mayor experto mundial en un tema, donde es posible fingir conocimiento amparándose en la brevedad de un mensaje, donde se puede discutir con el profesional más célebre escudándose en un giro sin sustancia o una pregunta capciosa, el Hay Festival es un oasis y bálsamo porque promueve la reflexión profunda sobre la cultura y la política en su sentido más amplio. Encuentros así, que cuentan con un público masivo, diverso y curioso, que compra boletos y hace fila esperando deleitarse con el despliegue de ideas, rescatan a la vez el antiguo poder de convocatoria que lamentablemente las universidades han ido perdiendo al aislarse de las principales inquietudes culturales actuales.
Este tipo de festivales es más importante de lo que suponemos pues reflota también espacios de reflexión, debate y diversidad que desaparecieron en los medios por causa de lo que Vargas Llosa denomina "la civilización del espectáculo". Esta incluye la banalización del imprescindible debate público sobre temas esenciales en toda sociedad. La banalización lo inunda todo y lo permea todo, contribuyendo a debilitar las bases de una sociedad participativa, deliberante y democrática. Encuentros semejantes aportan a su vez a la recuperación de la plaza pública como centro para la discusión y difusión de ideas, a la revitalización de la identidad de las ciudades y a la toma de conciencia de ellas con respecto a su lugar y significación en el mundo. Contribuyen asimismo al diálogo real entre personas de diversas culturas, sensibilidades, generaciones y valores. Creo que en ningún otro momento del año la muralla de la preciosa Cartagena de Indias es tan permeable y a la vez tan inspiradora para el mundo como durante las jornadas del Hay Festival.