Al finalizar esta vigésima edición de Santiago a Mil tendemos a buscar las obras más relevantes y los rasgos que las caracterizan. Sin embargo, lo que significa el festival para el teatro y la danza no se circunscribe a los espectáculos. Es un proceso que incluye políticas y acciones que se extienden en el tiempo.
Un cambio importante para nuestro teatro ha sido su apertura internacional. En parte es por la globalización, pero su cauce ha sido la "Semana de Programadores". Invitados por Fitam o atraídos por resultados anteriores, desde 26 países vinieron organizadores de otros festivales, encargados de salas y centros culturales, directores de compañías, editores de revistas especializadas. Durante estos días, asisten a los espectáculos y tienen reuniones. Muchos son los acuerdos directos y varios pueden estar aún en etapa de conversaciones, pero ya hay algunos que se pueden destacar: Fitam estará presente, junto al Festival Canadiense Luminato, en los Juegos Panamericanos de Toronto 2015. Chile será País Invitado de Honor al Festival Iberoamericano de Santos, Brasil, de 2014. La obra "La cuerda floja" irá a París en mayo y a São Paulo en julio de este año; Manuela Infante presentará su nueva obra "No alimentar a los humanos" como coproducción de Fitam y del Festival de Buenos Aires, donde presentará, además, "Cristo". La obra brasileña "O Jardin" recibió invitaciones a Módena y Sarajevo.
De entre las muchas observaciones que se pueden hacer sobre el Festival destaco una: los espectáculos internacionales de mayor calidad se han presentado ya durante varios años. Pertenecen a compañías con larga trayectoria y su puesta en escena tiene una elaboración compleja. Están lejos del sistema que se ha ido imponiendo en nuestro teatro, temporadas de un mes, en salas que se comparten con otras compañías en distintos horarios, grupos que se componen para uno o dos montajes. Puede ser una necesidad en nuestro medio, pero es limitante. El aparato escénico que sirve de base a "La cara oculta de la Luna", una maquinaria con luces que mueve un enorme espejo que crear imágenes de un mundo imaginario, es impensable entre nosotros. Presentar caballos verdaderos en un escenario, que es lo que hace Bartabás en "El centauro y el animal", atrajo como algo insólito. Compañías con larga trayectoria, presentaciones que se extienden por años y dispositivos escénicos que permiten crear ilusión o climas específicos están en la base de los grandes espectáculos.
Bartabás y Ko Murobushi con "El centauro y el animal"; Declan Donnellan con su extraordinaria puesta en escena de "La tempestad"; Robert Lepage con "La cara oculta de la Luna"; Jonathan Capdeville con "Jerk"; Maguy Marin con "Salves"; "La ópera china"; "La ciudad y los perros", de Mario Vargas Llosa; la selección de obras chilenas entre las que destacan "Xibalbá" y "Déjate perder", más la serie Teatro Internacional de Calle en la que estuvo una graciosa y vital versión brasileña para "Romeo y Julieta" dejarán resonancias por mucho tiempo.
"El centauro y el animal" de Bartabás y Ko Murobushi nos lleva a ámbitos desconocidos, a un clima de sugerencias no expresas y a un campo de valores lejanos a los de nuestro mundo concreto. Nos acerca a dos bellezas no explicables, sólo perceptibles. Una es la del teatro Butoh japonés de Ko Murobushi. De sus movimientos lentos, contenidos, surge su fuerza interior, en trayectoria hacia la muerte. La otra es la belleza misteriosa del centauro, esa mítica unión de hombre y animal que vemos al comienzo como una incierta figura cubierta por un manto que vuela al viento en la penumbra. Luego la tela se convierte en alas abiertas a punto de volar. Reaparece como caballo blanco, con un ser envuelto en una seda roja, que luego vuela hacia la altura. El hombre plateado cae, se levanta y cae, se percibe su fragilidad, y atrás el caballo y el jinete también caen, se levantan y caen. Es un diálogo de imágenes que se juntan a las palabras de derrota de los "Cantos de Maldoror", de Lautreaumont, que se escuchan a ratos como un fondo, no relacionado directamente con las acciones. La participación de los caballos es tan expresiva y precisa que parecen haberse borrado las distancias entre el hombre y el animal. El silencio, el movimiento tenue del mundo asiático y el acercamiento de la mente humana a la del animal admiran en este espectáculo que se diluye al racionalizarlo.
Declan Donnellan entra a los juegos de magia que imaginó Shakespeare en "La tempestad". Con acierto, coloca a Próspero al comienzo sentado al centro, estático, observando. Atrás, puertas se abren y se cierran por la furia de la tempestad, los nobles de Nápoles están a punto de naufragar. Próspero, con su dominio de la magia, ha llegado a desatar las fuerzas de la naturaleza y ahora observa el resultado. Los efectos serán cada vez más intensos, dramáticos y graciosos. En la última etapa de su vida Shakespeare se libera de las convenciones dramáticas y llena el teatro de fantasía que Donnellan concreta en escena. Muestra las deslealtades en los ámbitos del poder y la debilidad de los gobernantes. La puesta tiene proyecciones contemporáneas tristemente graciosas. El arte de Shakespeare y el de Donnellan se juntan para dar la mayor fuerza a la sugerencia que surge de la sabiduría a que ha llegado el gran maestro: a pesar de todo el mal que te hayan hecho, es más humano, más enaltecedor, el perdón que la venganza.
En sus 20 años, el Festival Santiago a Mil ha tenido un desarrollo notable. Es un ejemplo de "emprendimiento" privado que encuentra una actividad necesaria y con clara visión va consiguiendo apoyos hasta llegar a lo que es hoy, una institución significativa en las artes de Sudamérica. Podría esperarse que en el futuro acentúe el rigor en la selección. Puede decirse que ha alcanzado las más ambiciosas metas de llegada a grandes públicos, ahora podría concentrarse en lo que es más propio del arte: presentar acciones y obras que cambien y enriquezcan el alma.