Como lo dijimos en esta misma columna, el 27 de octubre, la oposición unida logró un significativo triunfo en las elecciones de alcalde y concejales. Vaticinamos un 4 a 0, pero resultó ser un 6 a 0. Vamos viendo, la oposición unida eligió más alcaldes que la derecha (1-0), obtuvo más votos en alcaldes que la derecha (2 a 0), eligió más concejales que la derecha (3-0) y obtuvo más votos en la elección de concejales que la derecha (4-0). La derecha -conocedora de esta realidad- incorporó dos indicadores adicionales para intentar atenuar su derrota: quién administraría las cabeceras de regiones y qué bloque político administraría a la mayoría de la población. Pues bien, la oposición unida eligió más alcaldes en cabeceras regionales que la derecha (5-0) y también administrará un porcentaje de la población mayoritaria en su gestión municipal (6-0).
En esa misma columna sostuvimos que el voto voluntario implicaría, a lo menos, 3 fenómenos: aumentaría la abstención. Esto ocurrió de forma dramática. Votarían más "viejos que jóvenes", lo que también se concretó en la realidad; y finalmente dijimos que los sectores de mayores ingresos tendrían una mayor participación que los de menores ingresos. En este último punto se ha abierto un debate y hay distintas percepciones sobre si esto último realmente ocurrió.
Proyectados estos resultados a un año más, elección presidencial mediante, y con todas las precariedades e insuficiencias de proyecciones de esta naturaleza, además de la enorme interrogante que es el voto voluntario, no obstante las municipales del 2012, nos deja conclusiones evidentes. Tomando como línea estadística la elección de concejales, la Concertación es la primera fuerza política con un 44% de los votos; sin embargo, en lectura presidencial no logramos la mayoría absoluta. La incorporación del Partido Comunista a uno de los subpactos (Chile Justo) nos lleva la votación a un 49%, insuficiente para el objetivo principal: ganar la presidencial. Lo anterior nos está indicando que es fundamental poner de acuerdo a la Concertación y al Partido Comunista en un proyecto y programa común, y, además, establecer acuerdos programáticos generales con las otras fuerzas de la oposición, en la eventualidad de una segunda vuelta que va a requerir de su apoyo para ganar. Me refiero al Partido Progresista, que obtuvo un 4,5% de los votos; al Movimiento Amplio Social Humanista, que obtuvo un 3,5% de los votos, y al PRI o una parte de él, que obtuvo un 7,6% de los votos. La única forma de poner de acuerdo -en lo sustantivo a fuerzas tan dispares- es con un proyecto y un programa común, para garantizar con los números ya referidos el triunfo en la primera y/o segunda vuelta con una mayoría sustantiva que le entregue respaldo parlamentario al nuevo gobierno y asegure su gobernabilidad.
Está claro que la última palabra en materia de programa la tiene el candidato o la candidata. A éste o ésta no se le puede imponer un programa ni chantajearlo con esto. Lo que no obsta a tener un proyecto común y aspectos sustantivos de orientación programática que nutran a este proyecto. La oposición, en sus diversas manifestaciones, ha acordado que el principal problema de Chile es la desigualdad y se encamina a compartir que un futuro gobierno, de amplia mayoría política y social, debe construir un Chile más justo. La materialización de ese proyecto requiere compartir los instrumentos básicos para emprender esa tarea, y eso es un programa colocado a disposición para el o la candidata, para que lo haga suyo, lo enriquezca y/o lo reoriente con el objeto de lograr una plena sintonía entre el liderazgo, la base parlamentaria y la mayoría política y social que condujo a la victoria.
La oposición, en sus diversas manifestaciones, ha acordado que el principal problema de Chile es la desigualdad y se encamina a compartir que un futuro gobierno, de amplia mayoría política y social, debe construir un Chile más justo.