Mi relación con los números nunca ha sido buena. La tirantez nació cuando las tablas aparecieron en mi vida. Pero en los últimos meses nuestra relación ha sufrido un franco deterioro. Es que los números se han convertido en divas, están en todas partes, midiéndonos hasta el más mínimo hábi- to, sentimiento, éxito individual o social. Sólo pensar que los números nos avisarán cuando alcancemos el desarrollo me agrava la urticaria matemática.
En una discusión, quien lance el primer número siempre será el ganador, sobre todo si en la audiencia no hay otro miembro de ese grupo de iniciados que los manejan como plasticina. ¿Quién se atreve a rebatir un número si no es con otro número?
Los números están sobrevalorados, dice mi marido matemático. Reconoce que sirven para contar, pero para pocas cosas más. Eso me hace redirigir una cuota de odio a la obsesión de reducir todo a ellos, sumándole tamaña omnipotencia.
En las últimas semanas la discusión acerca
de la encuesta Casen ha elevado los números al Olimpo. En boca de técnicos, políticos y autoridades adquieren filo para apuñalar al adversario. Y la víctima es la pobreza. Es bueno medir para saber cómo estamos, pero concentrarse a tal nivel en el termómetro me parece delirante. Y, mientras tanto, los rostros tras las estadísticas desaparecen de nuestra vista, sepultados por un sinfín de puntos, comas y porcentajes.
Para el resto de los chilenos, no partícipes del Olimpo numérico, la realidad se hace así más tolerable: no vemos personas, sino números, y eso es tema para los iniciados. Si esto fuera una película de Woody Allen (a veces lo parece), terminarían todos los personajes en el diván del psicoanalista, incluidos los números, agobiados por una crisis de identidad.
Me gustaría ser testigo de una discusión sobre el mismo objeto, pero con otro foco. Leer en los medios una avalancha de ideas de técnicos, políticos y autoridades para terminar con la pobreza.
Y aunque no domino el idioma, sugiero otros números -esta vez del informe 2012 sobre Desarrollo Humano en Chile del PNUD- a ver si se entusiasman: el 45% de los más pobres cree que para ser feliz hay que "vivir tranquilo y sin mayores sobresaltos", en contraste con sólo 18% del ABC1 que lo tiene como prioridad. Para este último grupo la clave de la felicidad, en cambio, es cumplir las propias metas y objetivos (25%), visión que comparte sólo el 8% de los más pobres.
Y si las voces de los más vulnerables no se oyen en esta polémica, deben saber que menos de la mitad (45%) de ellos siente que sus reclamos y quejas tendrán algún éxito, a diferencia del 86% del ABC1.
Cómo me gustaría ver menos números y más rostros en la vida política y social de los chilenos. Así, quizás, disminuiría ese 42% de los más pobres que se siente frecuentemente solo, una realidad que vive un escaso 14% de los más ricos.