¿Qué es una novela sino el despliegue de la memoria y la fantasía de un creador? Me pregunto esto mientras paseo por el magnífico barrio de La Condesa, en Ciudad de México, durante un nuboso atardecer de sábado que ya presagia la lluvia de las ocho de la noche. Veo restaurantes y cafés llenos, mesas atiborradas de clientes que beben y comen despreocupados bajo los árboles, bien surtidas librerías de libros usados. Una tarde agradable, de temperatura perfecta. Este 2012, Chile es el invitado de honor de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y del Festival Internacional de Tamaulipas. Estamos vigentes como nunca este año en México.
Llevo una novela bajo el brazo que me conmueve: "Entre brumas", del escritor holandés Bernlef. Es un relato realista y de lenguaje preciso que habla de la pérdida gradual de la memoria y del contacto con la realidad de Maarten Klein, un jubilado. Si una novela es fundamentalmente memoria y fantasía, la obra se construye a partir de la paulatina extinción de ambas. Hoy tenemos mayor conciencia en el mundo sobre el drama del mal de Alzheimer. Sabemos lo que implica para el paciente y familiares, pero cosa diferente es ingresar, mediante la literatura, al cerebro de quien va perdiendo la memoria y su vínculo con la realidad. En una prosa limpia, nada pretenciosa pero a la vez poética, podemos experimentar esas circunstancias.
El texto de Bernlef se vincula con "Nos acompañan los muertos", la novela del mexicano Rafael Pérez Gay, que nos habla de la etapa final de los padres seniles del narrador, seres que se hallan en el mismo proceso de Maarten Klein mientras recorren las mismas calles que recorro este sábado. Es una novela dolorosa, pero imprescindible, tanto por su contenido como porque podemos asociarla con situaciones de familiares o amigos, y porque sentimos que un destino semejante puede estar aguardándonos a los algo más jóvenes, un destino que se anuncia en los primeros pequeños olvidos del narrador. En la medida en que las generaciones se vuelven más y más longevas, aumenta el número de personas que circulan con memoria frágil. Son novelas que giran en torno al olvido, a pesar de que la novela se nutre en verdad del ejercicio de la memoria.
Me asaltan las semejanzas de ambas obras con "HHhH", de Laurent Binet, joven novelista nacido en París. El libro intenta narrar la existencia de Reinhard Heydrich, conocido como "el carnicero" nazi de Praga, y la de los miembros de la resistencia checa y eslovaca que lo embosca y liquida. Binet admite desde un comienzo de la novela que está ante una empresa imposible, pues no queda memoria fidedigna de cómo ocurrieron las cosas, ya que los protagonistas murieron y muchos archivos fueron destruidos. En todo caso, es un intento por recuperar la memoria de quienes lucharon contra el nazismo.
Y mientras establezco los nexos entre una y otra obra, no me queda más que pensar en otra novela que habla del esfuerzo de la memoria y de los crímenes del otro totalitarismo del siglo XX: el comunismo: "El hombre que amaba a los perros", del excelente escritor cubano Leonardo Padura. Si Binet habla de los millones de víctimas de Hitler, Padura nos trae a la memoria los millones de asesinatos de Stalin. Si Benet narra la vida del "carnicero" Heydrich, Padura narra la existencia de uno de los carniceros de Stalin, del sicario que asesinó en Coyoacán, México, a León Trotsky, el fundador del Ejército soviético, a quien el dictador comunista exilió previamente. Stalin intentó sumir en el olvido el crimen de Trotsky mediante una campaña de descrédito. Padura trata de recuperar esas circunstancias contándola a partir del sicario, Ramón Mercader, y desde una playa de la isla de Cuba. En fin, se trata de cuatro novelas que cuentan desde la tensión que existe entre memoria y olvido, entre imaginación y archivos, entre ficción e historia. Son cuatro notables novelas que nos recuerdan que historia y ficción están entreveradas desde sus orígenes y que a menudo la segunda puede ser más convincente, verosímil e inolvidable que la primera para los lectores.