Es común que los grupos humanos compartan mitos -ideas, aseveraciones o historias- atractivos pero erróneos. Algunos son inofensivos, pero otros pueden ser muy perjudiciales. El mito marxista con su promesa de una sociedad ideal y perfecta es un caso; llegó a justificar asesinatos masivos para facilitar la creación de su utopía.
En cierta elite política se ha ido instalando la idea de que nuestras instituciones no son democráticas, que el sistema binominal no es representativo y que puede cambiarse por algo sustancialmente mejor. Ello es incorrecto. Ya en la época de la Revolución Francesa quedó claro que no existe un método de votación perfecto para implementar los deseos de la comunidad en un mundo complejo y de decisiones interdependientes. El marqués de Condorcet, que murió en la Revolución, hizo la demostración matemática y fue refrendado en el siglo pasado por el premio Nobel de Economía, Kenneth Arrow, en su teorema de la imposibilidad. Sólo cabe encontrar aproximaciones que arbitran entre representatividad, efectividad y responsabilidad de los líderes. Los diversos deseos de los ciudadanos, únicamente se pueden cumplir cuando se les da libertad para tomar sus decisiones.
Nuestro sistema electoral no es peor que otros y si por algún complejo de inferioridad quisiéramos cambiarlo, debiéramos mirar a los que han funcionado mejor en el tiempo. El Congreso de EE.UU. elige un solo representante por circunscripción y nadie estima que no hay allí democracia. No se trata de negarse a una evolución de nuestras instituciones; la llamada inscripción automática es un cambio cualitativo. Pero sí debemos evitar que sobre la base de un mito se abra una Caja de Pandora que lance a los políticos a una carrera autista por cambiar las reglas a su favor, a expensas de la gobernabilidad y eficacia, afectando la transparencia, el bienestar y el progreso.
Vuelve a resonar con fuerza que el país necesita más gasto público y más impuestos. Dice el mito que los países desarrollados tienen gobiernos que gastan más. Pero una vez que se ha instalado un gasto público excesivo e ineficaz, situación que sólo puede alcanzarse si previamente se generó riqueza a través del esfuerzo y riesgo, aún los países ricos pueden llegar a una crisis, como la europea hoy.
Además, ¿quién dice que Chile sea ya un país desarrollado? Si fue la austeridad fiscal y el gasto público eficiente lo que nos llevó a desarrollarnos estos años, ¿por qué debiéramos ahora pensar que no necesitamos crecer? Lo que importa realmente es el bienestar de las personas y muchas veces más impuestos y gasto público no ayudan a ello. Es un retroceso que la discusión en educación no se haya centrado en entender por qué más de un 500% de mayor gasto público no ha generado el avance deseado; por qué a pesar de ese mayor gasto son las instituciones privadas las que hoy se desea destruir, las que impulsaron el progreso y no las estatales. Antes de seguir agrandando el Estado, debiéramos al menos reflexionar si el aumento de gasto público ocurrido entre el 2006 y el 2011 del 18% al 23% del PIB ha sido beneficioso, o si será un peso mortal cuando baje el precio del cobre.
Si nos interesa la igualdad, que en un país que aprecia la diversidad debiera entenderse como la oportunidad para prosperar, el empleo productivo es lo más crítico y las propuestas tributarias que circulan terminarán afectando su dinamismo al dificultar el crecimiento de la inversión y el ahorro. Hoy en el país, si alguien quiere hacer un gasto importante pagará entre IVA e impuesto a la renta, sea a su trabajo o a lo percibido por sus inversiones, cerca del 60% y nadie puede decir que ello es bajo. Pero el mito tiene instalado en la discusión política el concepto de reforma tributaria. Para la oposición significa subir impuestos disfrazándolo de eliminación de exenciones que no son tales o evasiones que no existen. Si la preocupación es que hay pocos empresarios muy exitosos, lo que debe buscarse es que aparezcan nuevos y no hacer caer a los que han logrado surgir.
La postura del Gobierno es difícil de entender. Su programa era claro y categórico, en sentido opuesto a su posición actual; por ello, abrir esta nueva Caja de Pandora en medio del mito de un mayor gasto público es un juego peligroso que puede afectar el progreso futuro.