Tengo la impresión de que, tanto en Chile como en México, aún es poco conocida una dimensión original de sus relaciones bilaterales: la cooperación para el desarrollo. Estamos conscientes de que chilenos y mexicanos tenemos, desde 1999, un tratado de libre comercio y, desde 2006, uno de cooperación estratégica, y que existe una sintonía fina entre los dos países, pero siento que poco se divulga sobre esta cooperación Sur-Sur. Chile y México, países de ingreso medio alto, crearon en 2006 el Fondo Conjunto de Cooperación, que financian y administran la Agencia de Cooperación de Chile y la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo. Hasta la fecha, el fondo ha dispuesto de 10 millones de dólares en 50 proyectos bilaterales. Y, compromiso regional que también destaco: una parte de los recursos comienza a favorecer ahora a países vecinos con situaciones de apremio.
Cada año hay convocatorias abiertas para que las instituciones del sector público de ambos países postulen proyectos que fomenten el intercambio de experiencias y conocimientos en diversas áreas. Los resultados alcanzados por esta cooperación horizontal son notables y han despertado el interés de otros países, que aspiran a imitar el modelo. Hasta ahora, el fondo conjunto ha beneficiado proyectos en áreas de cultura, medio ambiente, justicia, prevención del delito, intercambio comercial, fomento productivo, competitividad y educación intercultural.
Tres son, a mi juicio, los proyectos emblemáticos de esta cooperación bilateral: uno, el apoyo chileno a la reforma que México impulsa a su sistema de justicia penal para ajustarla a los tiempos y hacerla más efectiva. Es un campo en que Chile exhibe un sustantivo y reconocido avance en los últimos años. Otro es el apoyo mexicano a la restauración de los murales, parte de nuestro patrimonio cultural, de Chillán y Concepción, dañados por el terremoto de 2010. Los murales son "Muerte al invasor", de David Alfaro Siqueiros; "De México a Chile", de Xavier Guerrero; "Presencia de América Latina", de Jorge González Camarena, y "Tupahue", de Juan O'Gorman y María Martner. Y el tercero es la cooperación triangular, que comprende la enseñanza de español a funcionarios de países del Caribbean Community (Caricom), el fortalecimiento de cuadros gubernamentales y la construcción de escuelas en Haití, y la capacitación en gestión migratoria para funcionarios de América Latina y el Caribe.
Recientemente, cerca de la ciudad de Querétaro, visité el Centro de Innovación de Agricultura Sostenible en Pequeña Escala, donde expertos chilenos del Fondo de Solidaridad e Inversión Social (Fosis) estudian la producción agrícola ecológica en terrenos reducidos. Allí se capacita a sectores vulnerables con prácticas para impulsar una agricultura sustentable en su tierra, meta loable en un mundo amenazado por el encarecimiento de los alimentos. Lo llamativo: en gran medida estas huertas familiares rescatan formas ancestrales de producción, desahuciadas por un progreso mal entendido. Esta semana, ocho expertos mexicanos viajarán a Chile a conocer nuestra experiencia en ese ámbito. Con la cooperación de comunidades vulnerables, la academia y emprendedores privados, las instituciones estatales de ambos países divulgan técnicas olvidadas e innovan en el ámbito de la producción agrícola en pequeña escala, favoreciendo a sectores vulnerables.
En medio de una coyuntura mundial en que países ricos recortan la ayuda al desarrollo, o en que algunos recaen en el proteccionismo, alienta comprobar que Chile y México se mantienen fieles al libre comercio y practican una cooperación Sur-Sur ejemplar. Financiada con recursos públicos, ésta beneficia en primer término a sus ciudadanos, desde luego, pero no olvida a países de la región que afrontan situaciones en extremo complejas y precisan por eso de apoyo externo.