Los resultados de la
encuesta Casen 2011 conocidos en julio muestran una importante disminución de la pobreza y una notable mejoría de los ingresos autónomos de los sectores de menores recursos; el Imacec de junio, estimado en 6,2%, ratifica que la economía se mantuvo más dinámica que lo esperado. Con esta información, el crecimiento del primer semestre se empina a valores cercanos al 5,5%. Por su parte, el nivel de precios se mantuvo inalterado en julio, lo que consolida la tendencia de moderación de la inflación.
¿Qué conclusiones podemos sacar de estas cifras? ¿Podemos confiar en que nuestro progreso es tan sólido que permanecerá pese a los embates externos y a nuestros propios errores?
Las cifras de la encuesta Casen muestran una caída de la pobreza entre 2009 y 2011 del 15,1% al 14,4%. Ello podría estimarse como una recuperación parcial de lo perdido, ya que en 2006 alcanzaba al 13,7%, pero a pesar de ello la mejoría es meritoria si se considera que el país debió sobrellevar los efectos de la gran recesión de 2009 y del terremoto de 2010.
En materia de distribución, la evolución es parecida. Si se observa la relación del 10% o 20% más rico al más pobre equivalente, medida sobre la base de los ingresos autónomos, en 2011 logra revertir parte de lo perdido en 2009, mientras que a base de los ingresos monetarios se llega a los valores más bajos de toda la serie.
Destacar estas cifras no significa que sean el valor más relevante a observar. Sin embargo, la ventaja de tener los datos en una misma base por muchos años es lo que nos permite tener una serie estable y sacar conclusiones causa-efecto con mayor facilidad. Lo más evidente de la rica información de esta encuesta es la gran importancia del crecimiento económico y del empleo. En realidad, la evolución favorable de las últimas cifras se debe en gran medida a las mejorías en empleo y en remuneraciones en los grupos más vulnerables. La recuperación económica y el crecimiento son la gran explicación que subyace en los buenos números.
Desgraciadamente, esta lección no es la que la mayoría de los actores políticos ha destacado. Hacen declaraciones sobre lo injusto que se les sindique como responsables de un mal período, o para apropiarse de los buenos resultados que se cosechan sólo luego de una larga siembra de períodos anteriores. Olvidan que son las personas las que con su esfuerzo mejoran, y que el rol del Gobierno es impedir que se les cercene su oportunidad. Mal signo es que, siguiendo una moda injustificada, se haya empezado a medir la satisfacción con la vida, un proxi de la felicidad, como si el Gobierno debiera ser su responsable. Nada más peligroso para una sociedad que dar un mandato vago e impreciso a actores con mucho poder político, pero con todos los defectos humanos como son nuestros líderes. Según algunas medidas de felicidad, Nigeria y Venezuela tienen los ciudadanos más satisfechos, pero dudo de que muchos chilenos quieran emigrar a esas latitudes.
Entonces, si el progreso es tan relevante, debiéramos estar esperanzados de una inflación contenida y de buenas cifras de crecimiento.
La evolución de precios es una buena noticia, pero Chile ha mostrado ser sensible a shocks externos, para bien y para mal, y el Banco Central está en lo correcto en mantener su cautela y mirar con atención si las presiones de salarios y la mayor demanda interna no terminarán superando finalmente una coyuntura de precios externos favorables, o si esta última no se revertirá en el peor momento.
Las cifras de crecimiento han sorprendido para bien. Luego de un buen primer semestre, se puede estimar un crecimiento anual de cerca del 5%. Pero no olvidemos que ello es en el contexto de un excelente precio del cobre que permea al fisco y a toda la economía. El precio alcanzado en el gobierno de Bachelet parecía una quimera, y, a pesar de la volatilidad económica mundial, hoy se supera largamente.
El dilema es cómo sembrar para mantener el dinamismo sin contar con una mejoría creciente e incluso previendo un deterioro en su valor. En esta dimensión no sacamos buena nota. El futuro energético es incierto. Un gobierno convencido de que el progreso lo hacen los individuos les sube los impuestos en aras de un supuesto mayor gasto en educación que la recaudación de su programa le permitía financiar. En realidad, los mayores ingresos irán a algo totalmente imprevisto, como el descalabro del Transantiago, cuyos responsables dan hoy lecciones de cuánto más debe castigarse a los ciudadanos y tienen al Ejecutivo a la defensiva y en terreno ajeno.
El destino de los más necesitados depende de nuestra capacidad para dar vuelta la discusión y centrarla en cómo generar riqueza y no caer en la pelea redistributiva estéril. Desafortunadamente, el devenir de la discusión pública parece hoy alejarse de esa meta.