Mauricio Electorat
Habría que decir un par de cosas a
propósito del "reality" que se filmaba en la amazonía peruana y de las
ofensas proferidas contra la etnia bora en canales de televisión de nuestro país.
Lo primero es que así como la comida chatarra produce obesidad física, la televisión chatarra produce obesidad espiritual. Y ésta debería ser considerada un problema de salud pública, de la misma manera que aquella comienza a serlo. Como la otra, la obesidad espiritual está ligada al consumo de contenidos ricos en grasas saturadas, azúcares y sodio: son aquellos que juegan morbosamente con la exhibición del dolor humano en todas sus facetas, aquellos en los que los participantes se sienten autorizados a decir cualquier cosa, de cualquier manera, sin detenerse a reflexionar ni un segundo, porque el solo hecho de aparecer en la pantalla diríase que les permite, o a lo mejor los obliga a comportarse con una "autenticidad bestial", es decir como bestias, cuando en realidad ocupar un lugar en un medio de comunicación masivo significa ocupar un lugar de poder.
La obesidad espiritual tiene que ver también con la incapacidad absoluta de imaginar la alteridad: para el obeso espiritual el Otro no existe, sencillamente no puede concebir que haya alguien ni algo distinto de sí mismo. Si todo es igual a mí, si no hay mundo fuera del que yo percibo en mi inmediatez, no es ninguna ofensa tratar a otros de piojentos. Si el obeso espiritual es incapaz de imaginar alguien diferente o algo distinto, es desde luego incapaz de medir el alcance y el efecto que pueden tener sus palabras sobre los demás. De hecho, el obeso espiritual carece de conciencia del lenguaje (ignora que las palabras acarrean imágenes mentales y significados), por eso no imagina que sus palabras puedan herir a otros, y la mayoría de las veces alega incomprensión o mala voluntad de parte de quienes le reprochan su conducta verbal. El obeso espiritual se limita a hablar, como una especie de idiota monologante y supuestamente simpático, sin hacerse cargo jamás de lo que dice, ni de las consecuencias que puede tener aquello que dice.
El problema es que el formato de la mayoría de los programas de nuestra televisión abierta está hecho para fomentar la obesidad espiritual. Y en esta época en que la espectacularización o el simulacro, como diría Baudrillard, se ha adueñado de todos los órdenes de la vida social se confunde sin más la pantalla con la realidad. No es ninguna novedad decir que lo que no aparece en televisión no existe (algo que publicistas y políticos saben muy bien). La televisión, pues, manda. La televisión es, para las masas, el principio de lo real. La gente toma lo que aparece en la pantalla por la verdad misma, sin detenerse a pensar que detrás de esa pantalla hay una emisora de televisión (llamada equívocamente "canal") y que en ese canal hay unos ejecutivos y/o unos dueños; en fin, hay alguien que decide qué es lo que se debe emitir. Esto quiere decir que unas cuantas decenas de personas (que probablemente no lleguen al centenar) determinan cómo será la realidad que percibirán millones de chilenos. Este problema, obviamente, es mundial. En Francia, en 2004, el director de TF1, la principal cadena de televisión abierta, provocó escándalo al declarar que su oficio consistía fundamentalmente en liberar espacio en el cerebro de los telespectadores para que éstos consumieran. Se trataba, según él, de distraer esos cerebros, de divertirlos, para prepararlos entre dos mensajes. Para volver a nuestro tema: el "reality" es un subgénero de la pornografía. Como ella, es una hiperrealidad (que nos distrae y nos divierte). El "reality" somos nosotros mismos comiendo, durmiendo, enamorándonos, fornicando, disputándonos... Llevado a su lógica extrema, el "reality" se transforma en snuff movie (nosotros mismos muriendo). La pregunta es: el cometido de los canales de televisión abierta chilenos ¿es distinto del de TF1?
Pero en Francia hay aún un sistema educativo (escolar y universitario) que puede contener, o ayudar a contener en alguna medida la tiranía televisiva. En Chile, lamentablemente, la televisión es la verdadera escuela pública y gratuita (sólo hace falta poseer un aparato). Una auténtica emancipación ciudadana pasaría, entonces, por apagar definitivamente el televisor.