En el debate actual de la Concertación sobre su permanencia, sobrevivencia o sobre su extinción, me parece pertinente una mirada con cierta perspectiva histórica, que nos permitiría dilucidar con inteligencia el momento que vivimos. No es primera vez que la Concertación se debate en la amplitud de sus fuerzas integrantes. Cabe recordar que a fines de los años 80 hubo un sector que sostenía que la frontera izquierda de la coalición debiera ser el socialismo renovado; y por otra parte, un sector estimaba que era imprescindible para las tareas que se aproximaban una alianza que incluyera a los diversos grupos socialistas, llegando su frontera hasta el Partido Socialista Almeyda.
Esta última opción fue la que triunfó, y que dio origen a la Concertación de Partidos por el No, y posteriormente la Concertación de Partidos por la Democracia, integrada por 17 movimientos y partidos, para enfrentar la reconstrucción democrática y social del país. Esta coalición grande incluía desde grupos de la derecha republicana hasta el Partido Socialista Almeyda.
Esta coalición grande -a través de los 20 años de gobiernos de la misma- fue sufriendo desprendimientos orgánicos y perdiendo, gradualmente, su fuerza electoral. El primer grupo en escindirse fue el Partido Humanista; y la primera advertencia electoral la recibimos en las elecciones parlamentarias de 1997, cuando alcanzamos la mayoría absoluta muy dificultosamente, obteniendo en aquella elección el 50,5% de los votos.
Una segunda advertencia la tuvimos en la elección presidencial de 1999, donde la ventaja sobre nuestro adversario -en primera vuelta- fue estrechísima, y el triunfo en segunda vuelta se logró, esencialmente, a partir del apoyo de una fuerza extracoalición, como fue el Partido Comunista.
En la década del 2000 abandonaron la coalición el senador Alejandro Navarro, que formó su movimiento; el ex ministro Jorge Arrate y el diputado Sergio Aguiló, que también formaron su orgánica; y el ex senador Carlos Ominami y el ex diputado Marco Enríquez-Ominami, que formaron el Partido Progresista. Los desprendimientos antes mencionados fueron todos en la izquierda de la Concertación.
Pero no se agotó allí. En esta década también hubo una escisión por el centro de parte de parlamentarios democratacristianos, que constituyeron el PRI, así como un desprendimiento por la derecha, insignificante política y electoralmente, encabezados por Fernando Flores y Jorge Schaulsohn, que dieron origen a Chile Primero.
Como se aprecia, aquella coalición grande del 88, en la década del 2000, políticamente se fue achicando. Simultáneamente, nos ocurrió lo mismo en lo electoral. En la parlamentaria del 2001 sólo alcanzamos el 47% de los votos; y la derrota del 2009 nos condujo al peor resultado de la historia de la Concertación. Sólo un 29% en la presidencial y un 42% en la parlamentaria.
Frente a este recuento, lo que cabe en el presente y en el futuro es volver a hacer la coalición grande que fuimos el 88. Y esto implica conformar una nueva coalición que agrupe a los que nos mantuvimos, a los que se fueron y a dos fuerzas que nunca estuvieron con nosotros, y que es el momento de incorporarlas a la enorme tarea que nos demanda la sociedad.
Me refiero al Partido Comunista y al movimiento social. Sólo una coalición de esta envergadura puede derrotar a la derecha el próximo año, darle sustento al nuevo gobierno y emprender las reformas sustantivas que Chile demanda. Esta coalición -grande- en construcción ya tiene sólidos acuerdos. Por ejemplo, convergió en una reforma tributaria que recauda US$ 7 mil millones, así como en las orientaciones centrales de una reforma educacional, municipal y política. A partir de esos acuerdos, en materias sustantivas, es perfectamente posible abordar otros grandes temas. Hace 24 años la tesis de la coalición chica fue derrotada. Ha llegado el momento, nuevamente, de la coalición grande.