"Sale Paraguay, entra Venezuela. ¡Fue impúdico!". Las palabras son del ex Presidente de Uruguay Luis Alberto Lacalle, y seguramente interpretan a muchos que miraron sorprendidos cómo, tras suspender del Mercosur a los paraguayos, los presidentes del bloque incorporaban alegremente a los venezolanos.
Es verdad, éstos tienen petróleo y una economía más grande que la guaraní. Podrán conseguir mejores negocios, en momentos en que caen aquellas exportaciones del eje Brasil-Argentina, que tratan de mostrar que el Mercosur no está muerto. Quizás por eso el componente político -o ideológico, más bien- ahora es tan importante, mucho más que el aspecto comercial que originó el acuerdo en 1991 y causa permanente de conflictos entre los dos socios mayores.
Que el Mercosur está en crisis, ya no cabe duda. Y es mucho más profunda, creo, que la que sufre la democracia paraguaya -donde, después de todo, en abril próximo se elegirá en las urnas a un nuevo Presidente.
"Ya no existe unión aduanera ni área de libre comercio en el Mercosur. Éste se está deteriorando, y se disolverá progresivamente. Argentina es un problema permanente, y no creo que la paciencia estratégica de Brasil pueda mantenerse". Eso me dijo hace poco, en Sao Paulo, un asesor del ex Presidente Fernando H. Cardoso. Y hace unos días, Rubens Barbosa, líder empresarial de Sao Paulo, sentenció: "Argentina será la responsable del final del Mercosur".
Tal como veo las cosas, Argentina no es la única culpable: Brasil tiene también bastante responsabilidad en la agonía del Mercosur. El proteccionismo brasileño es tan amplio como el argentino. Cada vez que pueden, alguna de las partes intenta modificar el Arancel Externo Común (AEC), cuyas tasas van de cero a 20 por ciento para nueve mil 782 productos, pero las excepciones con aranceles más altos se acumulan en una lista que crece. Sin ir más lejos, en Mendoza, en la misma cumbre en que suspendieron a Paraguay, Argentina trató de subir el AEC hasta 35 por ciento, el máximo de la OMC. Brasil se opuso, pero, claro, no por amor al libre comercio, sino por conveniencia, y aceptó que la lista de 100 productos a los que cada país puede subir arbitrariamente el arancel creciera a 200. A Uruguay no le gustó mucho esto, pero el socio chico no tiene opción de alegar.
Si hay un área en la que las disputas entre Brasil y Argentina ya son históricas, es en el sector automotor, y las más recientes trabas que impuso Argentina subieron la temperatura de la discusión en Mendoza. Al final reconocieron que se debe "rediseñar la política común automotriz en los próximos años". Toda una confesión de los problemas. Pero, a mi juicio, se buscan soluciones en el lugar equivocado: aplican más restricciones, en vez de eliminarlas.