En 1984 trabajaba en la Agencia Notimex y visité al Dr. Ruy Pérez Tamayo en su Unidad de Medicina Experimental para solicitarle un artículo. Recuerdo la ascensión hasta el piso superior de un edificio que pertenecía a la Facultad de Medicina. Entré en los dominios del legendario autor de El concepto de enfermedad dispuesto a sacar alguna lección moral y no olvidé un consejo que me dijo: "Nunca le encargue un trabajo a la gente que tiene tiempo; ésa nunca hace nada: pídales cosas a los que no tienen tiempo".
La escena viene a cuento por la forma en que trabajaba Carlos Fuentes. Era el hombre sin tiempo que escribía La edad del tiempo . Varias veces habló de su infancia en Estados Unidos, donde la escuela le inculcó una mística de la energía y el rendimiento que conservó hasta sus 83 años. A contrapelo del ideal latinoamericano, que simpatiza con la parranda creativa y el romántico deterioro del artista, Fuentes rechazó las diversas variantes suicidas de la cultura vernácula: el alcoholismo, la Siberia de los cargos públicos o el adolorido silencio del que "ya no publica". Nunca dejó de fustigar su teclado con el dedo que se le torció como la cola de un escorpión, su signo zodiacal.
La ética protestante con que trabajaba podía parecer sospechosa en un territorio donde el hombre que despierta de una borrachera exige trato de animal sagrado. Pero él aceptó la disciplina como una exigencia de su metabolismo. Uno de sus mejores amigos, el novelista Willam Styron, dijo que era como un tiburón: hasta para dormir debía mantenerse en movimiento.
La literatura mexicana ha estado marcada por dos modos religiosos para relacionarse con el trabajo sin tregua, el benedictino de Vicente Leñero y el protestante de Carlos Fuentes. Para el autor de Los albañiles , el trabajo es una forma de la plegaria; para el autor de Terra nostra , era una derrota del tiempo.
En los tres años en que estuve al frente del suplemento "La Jornada Semanal", Leñero y Fuentes fueron colaboradores de asombrosa puntualidad. Leñero solía modificar sus plazos de colaboración, pidiendo llevar el texto ¡antes! "Si no, se enfría", explicaba con incontrovertible pasión por la panadería literaria. Por su parte, Fuentes aprovechaba alguno de sus veloces pasos por el país para enterarse de nuestras fatigas y preguntar en qué podía ser útil. Ninguno de los dos reclamó un trato preferente ni dramatizó las erratas con que los distinguimos. Colaboradores ideales, trabajaban con el tesón de los grandes artesanos que no se preocupan por aparentar lo que verdaderamente son: artistas.
En 1998 se cumplieron cuarenta años de la publicación de La región más transparente . Le sugerí a Fuentes que escribiera para nosotros sobre la visión que ahora tenía de la ciudad. En el tono jovial en que comunicaba problemas, me dijo que Julio Scherer, decano del periodismo independiente y director de "Proceso", le había hablado cinco minutos antes para pedirle lo mismo. Como no pertenezco ni a la escuela benedictina ni a la protestante, me di por vencido. Me resigné a leer en "Proceso" el texto que había pedido. Ensayé una despedida, como el resignado miembro de una tribu acostumbrada a fallar penaltis , pero Fuentes me atajó: "¿Qué te pasa? Puedo hacer dos textos distintos".
Su euforia para enfrentar temas conflictivos llegó a un punto culminante cuando lo operaron del corazón. Le hablé a la clínica y le pregunté en forma ritual cómo se sentía. "¡Las operaciones son para sentirse bien!", exclamó con entusiasmo.
Cesare Pavese reunió sus poemas tempranos -la melancolía de un hombre joven- bajo el título de Trabajar cansa . El imparable Fuentes trabajó para descansar. Sin apartarse del teclado, encontró la forma de que su rostro pareciera bronceado en los cañaverales zapatistas de Chinameca. A los 83 años tenía el porte de un general que ya ganó suficientes batallas pero anda en pos de un nuevo caballo.
El 15 de mayo de 2012 ocurrió lo inaudito: Carlos Fuentes no se sentó ante su escritorio. Medio siglo antes, en 1962, había escrito una novela sobre el fin de la vida ( La muerte de Artemio Cruz ) y otra sobre la vida de la muerte ( Aura ). Ambas categorías son ya intercambiables para él. Su teclado hiperactivo se detuvo, pero su cabalgata de fantasmas no deja de hacer ruido.