Muchas veces se dice, a propósito del realismo o de Stendhal, que la literatura no es ni puede ser un espejo de la realidad. La afirmación, cuyo sentido es atacar ciertas obligaciones descriptivas de la novela decimonónica, incurre en el menosprecio de los espejos como instrumentos de representación. Nunca he conocido un espejo que exagere los detalles de las escenas que duplica. La expresión "espejo tedioso" sería, en tal sentido, una suerte de falacia patética.
Yo diría que la imagen de los espejos difiere levemente de sus modelos reales, creando un efecto de hiperrealismo ominoso o del tipo de irrealidad que Marcel Schwob descubrió entre las páginas de Stevenson. Es por eso que el feng-shui recomienda no tener más de un espejo en las habitaciones donde se ejerce la intimidad y evitar que se refleje en él una persona que se encuentra acostada. Un dormitorio con un espejo desmesurado -digamos del suelo al cielorraso- sería finalmente un espacio torturante: hay que imaginarse el ruido mental que podría introducir esa reproducción indiscriminada de nuestros movimientos, ese eco, esa enmienda permanente a nuestros actos. Edgar Allan Poe, en su gracioso ensayo "Filosofía del mobiliario", advirtió sobre los desagradables efectos provenientes del empleo excesivo de espejos en las casas de sus contemporáneos. Emir Rodríguez Monegal, por su lado, se aventuró a explicar la obsesión de Borges por los espejos en base a una experiencia traumática infantil.
Me parece que los espejos aparecen con mayor frecuencia o con mayor protagonismo en las obras literarias no realistas, de las que Borges mismo ha hecho acopio bibliográfico. Entre estas figuraciones, quizás no hay otra más persistente que la de Alicia a través del espejo , donde Lewis Carroll reemplaza por la imagen de un espejo la de la cueva de conejo oculta en la hierba. Es claro que ambas corresponden, en términos simbólicos, a lo mismo: tramos de transición entre un mundo y otro.
Pero como las palabras son distintas a cualquier superficie material, siempre que queremos lograr espejos en la literatura terminamos haciendo otra cosa. Es posible que los pintores hayan estado más cerca de reproducir en sus obras el magnetismo indecible del reflejo interior, en la medida en que sus materiales de trabajo son símiles de la luz. Muchos retratos de Holbein, de Velázquez, de Clouet, llevan algo del aura enrarecida por la duplicación del rostro. Más explícitos son los ejemplos del Parmigianino, con su famoso "Autorretrato en un espejo convexo", y de Van Eyck, cuya extrañísima pintura conocida como "El matrimonio Arnolfini" incorpora en el fondo un espejo de marco dentado que hace el efecto de ojo de mar o de chakra o de núcleo lumínico camuflado en un repertorio de pertenencias domésticas.