Chile ya no es el mismo, se dice. Todo ha cambiado, la gente se siente más empoderada, no acepta los abusos y exige sus derechos . La ola va hacia allá, alimentada por la fuerte prédica contra la desigualdad, por la constante denuncia de abusos empresariales, por la crítica hacia lo que nuestro país ha hecho en los últimos 25 años.
Y los políticos, generalmente, van detrás de la ola. Vociferan por sobre el que grita, amenazan tras el que denuncia, proponen sanciones a diestra y siniestra.
En este ambiente, pareciera que la marea se mueve hacia el terreno del asistencialismo. El Gobierno entrega bonos para calmar las aguas. La familia Landeros es el símbolo del Mensaje Presidencial y de ella sólo sabemos que recibe subsidios del Estado, no conocemos sus emprendimientos, sus perspectivas de progreso, no escuchamos acerca de planes para que ellos salgan de los estados de necesidad que justificarían los bonos.
Es difícil sustraerse a este ambiente; se requiere reflexión, y ésta escasea. No se trata de ignorar los signos de los tiempos. Es cierto que en todo orden de cosas, medio ambiente, competencia, atención al cliente, los estándares son mayores hoy día. Y es bueno que así sea, es parte del proceso de desarrollo.
Pero ¿es posible que haya sido tanto el cambio en dos años? ¿Por qué la gente no se daba cuenta antes de todas las calamidades que afligen a este pobre país? ¿O será que no estamos tan mal?
Miramos hacia otras latitudes y vemos que parte del mundo se cae a pedazos; uno de cada cuatro no tiene trabajo; los estados nacionales están quebrados; las monedas se derrumban.
¿Por qué, entonces, tanto malestar en Chile?
Lo que sucede es que, en el último tiempo, desde los centros de influencia -políticos, gobierno, Congreso, medios de comunicación- se le ha estado repitiendo a la gente que en Chile hay mucha desigualdad, lo que algunos entienden como que lo que tienen otros (los ricos) me corresponde a mí, así es que debo exigirlo. Como si nuestro problema fuera repartir plata y no generar riqueza.
Se les ha dicho también que su situación no es buena, porque hay otros que abusan de ellos. Y mucha gente cree que está mal por esa razón. Cuando en verdad lo está porque no ha conseguido un buen empleo o porque su nivel de instrucción es muy primario, y en el trabajo no tiene la productividad necesaria para ganar más dinero. No quiere decir que no haya abusos, éstos deben sancionarse, pero no son la causa de los escasos ingresos de los chilenos.
Hay, además, quienes los quieren convencer de que hay tal cosa, como un "derecho a estacionarse gratis en un mall ", algo que ni el más radical intelectual garantista, estatista o socialista había reivindicado jamás. Es la inflación de los derechos y la negación de las responsabilidades.
Así, los chilenos pareciéramos estar en una carrera por llegar a ver una película muy buena, que nos recomendaron desde España, desde Grecia, desde Italia, y resulta que cuando lleguemos al cine y nos sentemos a ver la función, recién nos daremos cuenta de que la película ya se acabó y no tenía un final feliz. Su título: Estado de Bienestar.
No exagero, el principal peligro que enfrenta nuestro país en este momento es el populismo. Las alternativas moderadas, que plantean que se requiere esfuerzo continuo para surgir, se ven superadas por quienes quieren cambiarlo todo, y rápido. Por quienes desprecian todo lo hecho hasta ahora y prometen que las cosas irán mejor en el futuro.
El horno no está para bollos, la situación económica mundial empeora.
El Gobierno observa este escenario con algunas dudas. ¿Mantiene el rumbo de su oferta de llevar a Chile al desarrollo, o se suma al coro de los indignados y trata de calmarlos con bonos?
La centroderecha tiene que tomar una decisión de futuro: compite con la Concertación y la izquierda radical en quién da más, u opta por una alternativa seria, que nadie en este país está hoy día ofreciendo, un nicho que nadie ha descubierto: la moderación, la prudencia, la cordura. Son valores que se cotizarán al alza en lo que queda de este año.