¿Qué hace un centro comercial de 47.000 m2 emplazado en medio del Parque Araucano, una de las escasas áreas verdes de Santiago? Justo cuando pensábamos que el escándalo de obras insensatas a lo largo del país remecería de una buena vez la conciencia de alcaldes y concejales, que las cosas por fin se harían virtuosamente en Chile, y que por lo tanto sería inaceptable intervenir (o en este caso, enajenar) espacio público sin el consentimiento de la ciudadanía, nos enteramos por la prensa de la magnitud y el absurdo de lo que está a punto de inaugurarse en Las Condes: una concesión a 20 años que incluye algo de equipamiento, abundante comercio y 500 estacionamientos, que ocupa una hectárea de suelo -efectivamente dividiendo el parque en dos, como se comprueba en una vista satelital- y que, en reemplazo de la excelente piscina olímpica que allí existió por años (propósito original de este proyecto, y no diremos que abundan las piscinas públicas en Santiago), ahora habrá un "parque acuático", eufemismo para una piscina más pequeña y subterránea.
Sorprende aún más que la aparente mayor atracción comercial del proyecto, anunciada con algarabía en la prensa, sea un local de diversión infantil, completamente subterráneo (es decir, con luz y ventilación artificiales), cuya novedad consiste en "educar" a los niños en la cultura del consumismo mediante el uso de dinero de fantasía que se podrá gastar (o ganar) en los locales comerciales de 30 conocidas marcas del mundo real (todo previo pago de entrada). Se trata de una franquicia extranjera que opera internacionalmente dentro de centros comerciales, en la típica lógica del mall, pero nunca antes en medio de un parque público. Siempre hay una primera vez.
En Chile existe la pésima costumbre de construir en parques, expresión de nuestra mezquindad más pura: el parque es terreno disponible y gratis. Los casos más tristes son la Quinta Normal (reducida a una fracción de su tamaño original e invadida por completo de edificios), y el Parque O'Higgins, prácticamente loteado a concesionarios (incluida una universidad y un recinto de diversiones mecánicas). Una cosa es resolver problemas urbanos ingentes, como la necesidad de estacionamientos, y otra muy distinta es construir equipamiento para concesión o arriendo; es decir, para generarle más ingresos a las arcas municipales, que es obviamente el caso de Las Condes.
Hay que evitar a toda costa los edificios en áreas verdes. Los parques son parques (con tierra absorbente), y los edificios son edificios, aunque sean subterráneos. Si en el peor de los casos no queda otra alternativa, entonces hay que comprender cuánto de la superficie será afectada, qué impacto tendrá en sus circulaciones y en su paisaje. En los grandes parques del mundo, lo edificado es un porcentaje ínfimo, porque lo que de verdad importa es la expansión vegetal, el agua, el esparcimiento en contacto con la naturaleza o una elegante semblanza de ella. De otro modo no se llamaría parque, sino simplemente "equipamiento".
No nos confundamos, y que nadie nos engañe con bolas de dulce o eufemismos: ¡Santiago necesita parques, y no otra cosa!