Vladimir Putin asumirá por tercera vez la Presidencia rusa. Su popularidad ha caído. Él ya no es el mismo que arrasó en las elecciones de 2000 y puso orden y estabilidad a un país sumido en el caos poscomunista. Mientras Rusia floreció, a nadie le importó su estilo poco democrático. Hoy, Putin enfrenta otro escenario: una generación joven, de clase media, despertó, quiere elecciones limpias, barrer la corrupción y expresar en la calle su rechazo a la autocracia.
Dos fascinantes libros recién publicados, "The man without a face" (El hombre sin cara), de la periodista rusa Masha Gessen, y "The strongman" (El hombre fuerte), del inglés Angus Roxburgh, exploran el enigma de su poder y carisma, analizan su trayectoria política, y podrían dar claves para el futuro.
Nieto de un cocinero de Stalin, hijo de un militar miembro de la NKVD, la policía secreta del dictador, Vladimir estaba destinado a ser espía. En medio de la pobreza del Leningrado de la posguerra, es un consentido de sus padres. Aprende alemán y practica sambo, el judo soviético. Estudia Derecho y logra su sueño de enrolarse en el KGB. Al inicio de la perestroika , en 1985, parte a una aburrida misión a Dresden. "Era un don nadie". Deprimido, vuelve a la URSS, con una vieja lavadora y ahorros para comprarse un auto. Con Gorbachov, el KGB ha perdido poder y los agentes lo resienten. Viene el golpe, asume Yeltsin. Extrañas casualidades lo llevan al Kremlin; todas se vinculan con la red que tejió en el servicio secreto en Leningrado.
Quizás también tienen que ver con la descripción que se hace de Putin: un "hombre sin cara, capaz de reflejar como un espejo" a su interlocutor, quien le pone los atributos que quiere ver. "Logra hacer creer a quien esté con él que piensa exactamente igual". Así se ganó a Yeltsin.
Putin era y es un nacionalista, empeñado en recuperar para Rusia el estatus de superpotencia y devolver a los rusos el orgullo perdido con el derrumbe de la URSS. Al mismo tiempo aparecía como un liberal, dispuesto a cooperar con Occidente. "Era algo reservado y torpe... Pero se convirtió en un hombre sin inhibiciones, un hombre fuerte y un narcisista". Roxburgh explora su viraje hacia el autoritarismo y la desconfianza agresiva en el plano internacional. Putin no comprendió los códigos de la democracia ni a los líderes occidentales. Éstos tampoco entendieron lo que pasaba en Rusia, los traumas sociales que dejó el fin del comunismo, la emergencia de un capitalismo sin control, el aumento de la corrupción y el crimen.
Gessen intenta demostrar que la orden de matar a la periodista Anna Politkovskaya fue del Presidente, igual que la de un ex espía en Londres y de una serie de enemigos políticos. No es tan evidente, pero sí queda claro cómo transformó en guerra sus diferencias con los oligarcas Berezovsky y Jodorkovsky: al mejor estilo soviético, como si siguiera en el KGB.
"No hay tal cosa como un ex chekista (ex agente secreto)", dijo una vez Putin. Ambos libros cuentan un episodio revelador. A días de suceder a Yeltsin, Putin pone una placa conmemorativa de Yuri Andropov en el ex KGB, y en el festejo anuncia a sus colegas "que un grupo de operativos, enviados a trabajar encubiertos al Kremlin, ha tenido éxito en llevar a cabo la primera parte de la misión".
Algunos lo tomaron como una broma, pero quizás era cierto, y ahora comienza la segunda parte.