Son flacos, porque se preocupan de la dieta, el colesterol, las vitaminas y los deportes. Tienen alta capacidad intelectual y grandes ingresos; estudiaron en los mejores colegios y universidades. Se casan con sus pares. Toman espresso italiano, nunca café corriente; siempre vino, y apenas alguna cerveza especial; jamás llevan a sus niños a los fast food, aunque un par de veces al año pueden ir a un Mc Donald's. Ven poquísima televisión. Compran autos europeos. Van de vacaciones, por ejemplo, a un remoto lago en British Columbia o a navegar en Maine, y poco al extranjero, porque viajan tanto por trabajo. Bueno, quizás podrían recorrer Burdeos o bucear en Belice.
Es la "nueva clase alta" norteamericana, según la ve Charles Murray en su reciente libro "Coming Apart. The State of White America 1960-2010" . Académico del American Enterprise Institute, se hizo conocido por su libro sobre la pobreza "Losing Ground" , que influyó en las reformas al sistema de ayuda social de EE.UU. de 1996.
Tienen hijos tarde -dice- y se preocupan casi obsesivamente de su educación. Son hombres y mujeres de negocios, CEOs de grandes corporaciones, políticos o profesionales. Y también intelectuales, académicos top y periodistas influyentes, pero claro, éstos son los "pobres" del grupo.
Viven en barrios exclusivos en ciudades como Nueva York, Washington, San Francisco y una que otra más. Es "el cinco por ciento", el "subconjunto de la gente que maneja las instituciones económicas, políticas y culturales".
Sean liberales o conservadores, cultivan las "virtudes fundacionales" de EE.UU.: laboriosidad, honestidad (si bien Murray critica las faltas a la ética que hicieron colapsar el sistema financiero), religiosidad (aunque pueden no practicar con rigor) y el apego a la institución del matrimonio. Logran reproducir sus ventajas en sus hijos.
La vieja élite tenía riqueza, pero no era demasiado diferente de la gran clase media. La nueva clase alta ha construido un estilo de vida propio y muy segregado.
En el otro extremo está la creciente "nueva clase baja". Son los blancos pobres, no sólo los negros y los latinos, que han perdido las virtudes propias del norteamericano, en especial, la religiosidad que facilita una comunidad cohesionada y democrática. Aquí hay desempleo, delincuencia, familias disgregadas, madres solteras muy jóvenes, padres ausentes, problemas de drogas y una falta de espíritu de superación que les devuelva el respeto por sí mismos.
Sólo recuperando esos valores -afirma-, y no con políticas sociales, pueden esos pobres salir adelante. Y sugiere que la nueva clase alta debe proyectar su modo de vida, "predicarlo", y no encerrarse en sus cómodos barrios aislados. Si la "divergencia entre estas clases continúa, terminará con lo que ha hecho a Estados Unidos ser Estados Unidos", es la inquietante conclusión de Murray.