Me aventuro aquí en un espacio de reflexión sobre los temas de arquitectura, urbanismo y paisaje que creo importan a Chile. Lo hago consciente de la carencia de crítica en la prensa nacional, prueba de la tenue relación entre la profesión del arquitecto, urbanista o paisajista y la opinión pública, y por lo tanto entre la opinión pública y el diseño de la ciudad. Bautizo esta columna “Tierra de Nadie” para designar así el universo de ideas desde donde emana toda literatura, y también para recordar que el país, tanto ciudad como paisaje natural, o nos identifica y anima a todos por igual, o no es de nadie. Y pobres de nosotros si fuese de nadie: no tendríamos dónde vivir.
Estupor causa la destrucción de los recién inaugurados adelantos de la Quinta Normal de Santiago. Hay que indagar en las causas, y en cómo prevenirlas. Culpar solamente al vándalo resulta ingenuo y simple. Hablar de “mala educación” no hace más que perpetuar el perverso clasismo nacional –seguramente el origen de todos los males de nuestra sociedad– además de ignorar la catastrófica brecha en instrucción producto de las políticas públicas del “modelo chileno”; tema de fondo. Y menos se trata, como hemos leído incrédulos por ahí, de una guerra a dos bandos, en que por una parte habría un puñado de virtuosos ciudadanos añorando melancólicamente semejarse al mundo ideal de ultramar, y por otra una horda de solapados anarquistas, cuyo único propósito en la vida sería arrasar con todo.
Parque Quinta Normal. Fotos: Cristián Soto Quiroz
¿Algo falló en la Quinta Normal? Analicemos el encargo, el diseño y la administración de la obra. Para realizar espacio público en una democracia moderna, hay tres condiciones sine qua non: la participación directa de la comunidad usuaria en el proceso de diseño; una adecuación realista a los recursos disponibles (presentes y futuros), y una relación sensible con el medio social–cultural donde se inserta. La participación garantiza un sentido de esfuerzo, identidad y satisfacción que hace mucho más posible el cuidado colectivo. Adecuarse a los recursos implica no sólo la inversión capital, sino principalmente garantizar una gestión y mantención permanentes, incluida vigilancia efectiva y la célebre política de “ventanas rotas” (reparación inmediata de todo daño) que hizo renacer a Nueva York de su decadencia en los 70’s, y que también se aplica en el Metro de Santiago. La relación cultural se refiere a materiales, sistemas y diseños suficientemente resistentes y apropiados para el uso y el abuso, de fácil mantención y reposición económica. Es decir, la antítesis misma del infame paradero con cristales templados destrozados frente al Estadio Nacional o en Plaza Italia.
Parque Bicentenario. Fotos: Carla Pinilla
Propongo que lo que se construye en Chile tendrá éxito universal en cuanto esté hecho a la medida de nuestra realidad geográfica, económica y cultural. Cualquier otra cosa resultará siempre espuria, algo ridícula y finalmente inútil. Esas aparentes limitaciones son, en tanto verdades, fundamento cierto de la belleza. Sólo entonces, y no antes, podremos llamar con propiedad “diseño chileno” al diseño chileno, aportando eficazmente y con lenguaje original a nuestra identidad y orgullo. Todo un círculo virtuoso.