No se trata de un test de hipótesis estadística. Es más bien la prueba a la que estamos sometidos, como sociedad, a partir de la nominación de Harald Beyer como ministro de Educación.
Para apreciar la dificultad de la tarea, basta ver cómo alguien tan bien evaluado por la gente informada (Felipe Bulnes) obtenía, según las últimas encuestas, la peor calificación de la población entre todos los ministros del actual gobierno.
Pero el Test de Beyer no es tanto la prueba que debe pasar este economista experto en educación al hacerse cargo de una tarea tan difícil, sino más bien la que la sociedad chilena debe rendir en relación a su gestión.
¿Somos capaces, como sociedad, de acoger a los mejores en cada área de especialidad para que lideren las transformaciones que Chile requiere?
Harald Beyer es uno de los más destacados expertos en Educación del país. Es una persona de sólida formación académica y amplia experiencia en políticas públicas, ha integrado comisiones presidenciales nombradas por distintos gobiernos en temas tan trascendentales como la superación de la pobreza y la reforma previsional; además, ciertamente, de varias en que se han tratado temas educacionales. Ha sido requerido también como asesor en temas de reforma del Estado, ley del cobre y presupuesto de defensa, entre otros.
De todas estas materias, quizás las más cercanas para el nuevo ministro son las de la desigualdad y la educación, cuestiones a las que ha dedicado toda su vida profesional. Cuesta encontrar en Chile una persona con el bagaje técnico de Harald Beyer en esas áreas: conoce toda la evidencia internacional relevante; posee el saber experto acerca de cada una de las políticas públicas aplicadas en los últimos cincuenta años en nuestro país; y al mismo tiempo, se trata de una persona que tiene el conocimiento de la realidad concreta que se vive en las aulas y en los hogares más pobres de Chile.
Todos los ingredientes, entonces, para hacer una buena gestión. ¿Destreza política? La tiene de sobra, y la está demostrando en estos días. Le ayuda en eso una personalidad siempre abierta a discutir ideas y posiciones distintas e intentar llegar a acuerdos.
El ministro Beyer ha planteado que sus grandes objetivos son avanzar en la calidad y la equidad en la educación. Está bien encaminado en esa tarea, ya que la última ley de presupuestos, que incrementó en más de mil millones de dólares los recursos para el área, avanzó en el tema de equidad al facilitar el acceso a la educación superior a un amplísimo grupo de jóvenes. Antes de eso se habían promulgado leyes para mejorar la calidad y la fiscalización en el ámbito escolar, y el desafío del ministro es echar a andar a la brevedad la Agencia de Aseguramiento de Calidad y la Superintendencia.
También se está tramitando en el Congreso una ley que crea la Superintendencia de Educación Superior. Queda pendiente la legislación que ponga en práctica cambios en la carrera docente, ya que todos los expertos coinciden en que es en la sala de clases donde se juega la calidad. Respecto de este último objetivo, en educación superior es todavía necesaria una revisión en los sistemas de acreditación, tema que no debiera generar mucha controversia política.
Y eso es. Cualquier estudioso de estos temas coincidirá en que no hay desacuerdos importantes. Lo que sí hay son consignas, como el fin del lucro, que son una muestra de la superficialidad con que algunos tratan los problemas en nuestro país. El proyecto que prohíbe la entrega de recursos fiscales a instituciones con fines de lucro es muy malo. Su extensión a otros ámbitos haría imposible construir viviendas sociales, atender a beneficiarios Fonasa en clínicas privadas, hacer publicidad en campañas políticas, comprar autos fiscales y virtualmente realizar cualquier compra pública.
Si los expertos están de acuerdo, los políticos debieran ponerse a tono. Como dijo el ministro Beyer, los proyectos que disparan a la bandada no son los que la educación requiere hoy día. Veamos si pasamos el Test de Beyer.