En Chile somos todos de clase media, los ricos y los pobres. Y es que esa dosis de hipocresía que hay en nosotros impide a los que tienen dinero reconocerlo y a los que carecen de él aceptar su condición; total, siempre habrá uno más rico y uno más pobre que uno.
Sucede que la clase media se ha puesto de moda en la política chilena, y ello nos da la oportunidad de comentar acerca de la búsqueda de identidad en que parece encontrarse la centroderecha.
Azuzados por los malos resultados de las encuestas y por el clima que se vive en el país, hay quienes están preocupados de definir una identidad de la centroderecha distinta a la tradicional. Esto, porque, en su análisis, con su definición tradicional, la centroderecha siempre pierde; el triunfo de Piñera fue una anomalía.
Discutible, aunque interesante diagnóstico, y encomiable el esfuerzo de buscar mejores horizontes para el sector político. Y el intento de hacerlo parte bien cuando señala, mirando el entorno, que es fundamental para la centroderecha empatizar más con la gente, con sus problemas, con sus angustias.
Hasta aquí todo bien. Los problemas comienzan cuando, en la búsqueda de soluciones a esos problemas, se confunde lo que es la esencia del pensamiento político de la centroderecha. Lo que le da identidad a ésta es que siempre ha postulado que un gobierno tiene que crear las condiciones para el ejercicio de la responsabilidad individual.
Dicho en otras palabras, debe ayudarle a la gente a resolver sus problemas, pero no solucionarlos todos con la acción del Estado. Por eso se cree más en las personas que en el Estado, por eso se valora el emprendimiento por sobre la receta socialista que entrega al gobierno la tarea de determinar el futuro de las personas.
La diferencia no es banal, pues parte de un diagnóstico muy distinto del origen de los problemas y de la capacidad de las personas para abordarlos. Lo que nos distingue es la creencia de que, en general, las tribulaciones que viven las personas no son necesariamente culpa de otros, los poderosos o el sistema, como quieran llamarles, sino que está en los propios afectados la responsabilidad personal de superarlas.
Que en esa búsqueda pueda requerir ayuda del Estado es otra cosa. Puede ser necesario nivelar oportunidades, también puede ser del caso que haya que intervenir para corregir abusos o regular situaciones en que hay una contienda de intereses que no puede ser resuelta adecuadamente entre las partes. Pero eso es muy distinto a creer que el Estado debe estar permanentemente interviniendo en todas las relaciones y transacciones entre personas. Esto último es parte del ideario socialista.
Y es aquí donde esta definición tan amplia de la clase media cobra importancia. Porque la atención que requiere del Estado una familia que vive en la indigencia, que no tiene pan, techo ni abrigo, es muy distinta a la de otra familia, que llamaremos de clase media, que tiene dificultades a fin de mes para pagar una cuenta o hacerse cargo de un gasto imprevisto. La atención preferente del Estado debe ser para la primera.
Esto no significa abandonar a la clase media. Significa priorizar. Se traduce en que los dineros fiscales están mejor gastados en erradicar los campamentos que en bajar el impuesto a las bencinas. En dar becas a los jóvenes del 40% más pobre que están en la universidad y no gratuidad para beneficiar a los ricos y a esta "clase media extendida". Habrá otros mecanismos para ayudar a los sectores medios. Combinación de becas y créditos, incentivos.
Significa, en materia de salud, por ejemplo, que la atención preferente no debe estar en proteger al 16% más rico de la población que está en una isapre, sino en lograr que al 84% restante le den una hora cuando necesita atención médica. Prioridad, no renuncia a regular otras situaciones, pero sí prioridad a los más pobres.
Así se pueden definir los contornos de una centroderecha que tenga legitimidad entre las mayorías sin renunciar a su esencia, sin mimetizarse con la Concertación ni caer en el populismo.