Mientras leo en una tarde de lluvia El ritual de la serpiente -el libro que contiene la conferencia que Aby Warburg ofreció en 1923 en la clínica neurológica Binswanger (Suiza), para demostrar, tras una internación, que ya estaba en condiciones de retomar su trabajo intelectual- dejo como ruido de fondo uno de los tantos capítulos de CSI que pasan por el canal AXN. Una palabra me distrae de la lectura y me hace volver los ojos a la pantalla: serpientes.
En efecto, el crimen que debe investigar Grissom en esta ocasión tiene que ver con serpientes. Descifrando pistas, el agente observa a un charlatán televisivo -la televisión dentro de la televisión- que habla de alienígenas que en la antigüedad amenazaron la Tierra y que exhibían formas de serpientes y reptiles. Contra ellos o sus secuaces habrían luchado Perseo, San Jorge y San Patricio, quien eliminó a las culebras de Irlanda.
La coincidencia es extraña, como siempre, sobre todo considerando que tengo sobre la cama, en espera para su relectura o revisión, un libro particularmente fascinante: El pacto con la serpiente , de Mario Praz, en cuyo capítulo homónimo se analiza el proceso de "desnudamiento del alma", precipitado en la literatura occidental tras el sacudón del romanticismo y definitivamente acelerado por los trabajos de Freud y de Joyce.
Para los indios pueblo, norteamericanos con los que convivió Warburg en la última década del siglo XIX, la imagen de la serpiente era equivalente a la del rayo de las tormentas y era utilizada en sus rituales rogativos de la lluvia: danzas con serpientes vivas. Warburg va de los polvorientos bailes de los indios pueblo -gente hierática, silenciosa- a las ménades danzantes, al retorcido Laocoonte y al Asclepio premunido de un bastón, todos ellos remotos facilitadores del "reptilíneo" simbolismo de la serpiente.
Hablar de sí mismo, imaginar, poner el yo en escena con sus detalles escabrosos, eso es lo que representa la serpiente para Mario Praz, algo que no hubieran osado llevar a cabo los escritores de los viejos tiempos; no porque carecieran de experiencias perturbadoras, sino porque simplemente no consideraban verosímil cargar asuntos personales a la cuenta del lector. Dante mismo, según una cita de Eliot deslizada en el libro, al filtrar episodios intimistas en La vida nueva lo hace convencido de que esas experiencias tienen cierta importancia impersonal: son importantes porque sí, no porque le hayan sucedido a él.
Me quedan dos observaciones laterales de Warburg, que dan cuenta de una inteligencia difícil de predecir: dice que los bailes de los indios pueblo son a menudo cómicos, como cuando imitan a los antílopes, pero añade que hay que tener cuidado en este punto; según él, cuando una manifestación folclórica mueve a risa es precisamente en el momento en que uno está a punto de perder de vista su componente trágico. Lo otro: que el darwinismo no es tan distinto del totemismo: en ambos casos uno cree descender de un animal.