Los más favorecidos por el dinero que el Estado gasta en educación se movilizan para obtener aún más fondos del Gobierno. Rectores universitarios que reciben enormes subsidios del erario nacional no trepidan en encabezar marchas o apoyar tomas de los planteles. Profesores de esas mismas universidades, que verían aumentados sus emolumentos si se cede a las presiones, visten su apoyo a las movilizaciones de altruismo y llaman a mejorar la educación pública o a poner fin al lucro en la educación. ¿Pero será eso lo que quieren? ¿O quieren dinero?
Con un nombre que suena bien, financiamiento basal, las universidades que hoy día reciben aportes directos del Presupuesto Fiscal por más de 150 mil millones de pesos pretenden incrementar esos recursos. No quieren que esos dineros se aporten contra proyectos, por concurso o que den origen a convenios de desempeño en que se rinda cuenta del uso de los fondos. Exigen que ese financiamiento basal se entregue porque sí.
Esta petición desconoce una tendencia en el mundo que obliga a las universidades, aún a las estatales, a buscar recursos para su desarrollo, sometiéndose así a una prueba de excelencia, que es lo que pide a cambio quien entrega dinero. Ni siquiera las venerables universidades de Oxford y Cambridge en Gran Bretaña escapan a ese sino.
Los recursos fiscales tienen usos alternativos, de modo que los perjudicados con un aumento indiscriminado y sin justificación del aporte estatal a las universidades tradicionales serían los chilenos más pobres. Por ejemplo, las cerca de 30 mil familias que viven en campamentos y que por estos días pasan frío por las noches, que han visto por años postergados sus sueños de ser erradicados y trasladarse a una casa digna.
Pero no es necesario ir tan lejos; en el mismo sector de la educación hay jóvenes postergados, de familias pobres, que no pueden terminar sus estudios en Centros de Formación Técnica o Institutos Profesionales porque no hay suficiente ayuda del Estado para ellos. Reciben apenas el 9% de los fondos que el Estado destina a educación superior.
Del millón de estudiantes que tiene hoy la educación superior un 36% está en Centros de Formación Técnica e Institutos Profesionales, un 33% en Universidades Privadas y un 31% en Universidades del Consejo de Rectores que son las únicas que reciben aporte fiscal directo. El 70% de los estudiantes más pobres (los de los quintiles 1 y 2) estudian en universidades privadas o en institutos profesionales y centros de formación técnica, y no son ellos los que están en la calle. Les cuesta mucho educarse para estar perdiendo el tiempo, varios deben trabajar para costearse sus estudios.
Los que están en la calle gritando y amenazando son otros, son los que reciben la mayor parte de las ayudas para financiar la educación. Los que estudian en las universidades que se ven beneficiadas por el aporte fiscal directo. Ellos saben por qué están allí. Quieren dinero.
Por supuesto usan lindas palabras para adornar su prosaica pedida. No más lucro en la educación, por ejemplo. Lucro es obtener ganancia o beneficio por algo y los profesores y directivos universitarios no trabajan por bolitas de dulce, que sepamos.
Pero los alumnos repiten consignas y no escuchan la letra de la canción, esa que dice: "es mentira eso del amor al arte, no es tan cierto eso de la vocación, estamos listos tú y yo para matarnos los dos por algún miserable porcentaje... Quieren dinero".
Si el gobierno del Presidente Piñera cede a las presiones de quienes protestan hoy en las calles para conseguir un aumento del aporte estatal a las universidades tradicionales, y destina la mayoría de los recursos a ello, estará desatendiendo necesidades más urgentes en la educación superior: las de los jóvenes pobres que estudian en centros de formación técnica e institutos profesionales y no tienen ayuda del Estado. Para ellos, se haría una vez más realidad la triste conclusión de los autores de la canción: nadie te puede ayudar.