Se dice que este gobierno mete muchos autogoles, y ello me retrotrae a la infancia: siempre me intrigó la situación en que un jugador metía la pelota en su propio arco, favoreciendo así al equipo contrario. Me parecía inconcebible.
¿Cómo podía ser tan tonto, o tan malo, para hacer una cosa así?
Ya un poco mayor, la práctica y la observación de mucho fútbol me enseñaron lo que sucede cuando se mete un autogol. Hay dos requisitos esenciales del autogol. El primero es que el jugador que consuma esta desafortunada acción es alguien que enfrentó con temor la pelota. Careció de decisión, ya sea para tirarla lejos del arco o para detenerla y salir airosamente jugando con ella. Casi siempre el que mete el autogol pecó de temeroso, de falta de convicción en sus medios.
Pero existe un segundo requisito para culminar con la pelota en las redes del propio arco: hay que jugar para atrás, en dirección a su propio terreno. Durante el transcurso de un partido de fútbol hay ocasiones en que es necesario retrasar la pelota en lugar de enfilar hacia el arco rival, para entregarla a un compañero mejor ubicado, para hacer una pausa buscando espacios, está bien. Pero lo que es inconcebible es que jugar para atrás sea la norma, se transforme en una práctica habitual. Así, un equipo no puede aspirar a ganar el partido, y terminará probablemente marcando un autogol.
Algo así le sucede al gobierno de Sebastián Piñera cuando mete autogoles. Juega con temor, no se atreve a sostener ante la opinión pública sus convicciones. Es políticamente muy difícil, se escucha decir a menudo en la Alianza cuando se les conmina a oponerse a una iniciativa que es a todas luces inconveniente, o atenta contra principios de la centroderecha.
El proyecto de ley sobre los alimentos y su publicidad, de autoría del senador Girardi, es un ejemplo de ello. Incluye disposiciones tan absurdas y atentatorias contra la libertad, que llega a prohibir la venta de alimentos de alto contenido calórico en establecimientos educacionales y la publicidad de ciertos alimentos, entre otras cosas.
La llamada “ley del Super 8” pretende un Estado policial que restringe las libertades para lograr el objetivo de mejorar la calidad de la dieta que ingieren los niños y jóvenes. Se vale así de las herramientas tradicionales de los adversarios socialistas: la prohibición, el comando y control, la subrogación de las responsabilidades individuales por el Estado. Deja a un lado los métodos tradicionales de la centroderecha para afrontar estos problemas: incentivos, competencia, información, responsabilidad individual y un rol educador de la familia.
Porque no nos atrevemos a jugar hacia el arco rival, porque somos temerosos al entrar a disputar la pelota, capaz que terminemos con otro autogol.
Hay otras áreas en que se corre el mismo riesgo. Una serie de beneficios sociales entregados por el actual gobierno exceden con mucho la cobertura que éstos tenían hasta la fecha (permiso posnatal), afectando la empleabilidad de las mujeres; o bien alcanzan a grupos demasiado extensos de la población que no son pobres, o derechamente no tienen justificación técnica (eliminación del 7% a los jubilados).
El gobierno entra así a competir con la oposición en quién es más generoso en materia social. Y termina inevitablemente rindiendo cuentas a la Concertación, que le reprocha que el esfuerzo no es suficiente (la letra chica), mientras concede el punto que la solución a los problemas de los chilenos la tiene el Estado, y no los propios chilenos.
El gobierno tiene una oportunidad para cambiar su manera de jugar y evitar nuevos autogoles. En el caso de los alimentos, si se aprueba el proyecto en el Congreso, entonces que el Presidente de la República vete las disposiciones de éste que atentan contra la libertad.
Y en su gestión futura, esperemos que se confíe cada vez más en las propias ideas. El impulso competitivo que lidera el Ministerio de Economía, una sólida batería de medidas pro emprendimiento, puede ser un punto de inflexión en la labor del gobierno.