El Banco Central y el Ministerio de Hacienda están retirando los estímulos macroeconómicos, subiendo la tasa de interés el primero y recortando el gasto el segundo. Estas acciones son coherentes con el sostenido crecimiento de la actividad económica, que en los últimos trimestres ha mantenido un ritmo en torno al 6% y con una demanda interna que luego de dispararse en el segundo semestre del año pasado se está moderando gradualmente.
De esta forma, las autoridades están logrando una buena coordinación de sus políticas, similar a la que existió en la crisis financiera internacional de 2009.
Éste es un hecho positivo, porque a fines del año pasado se encendieron luces amarillas respecto de la política fiscal luego de que el gasto público mostrara un crecimiento excesivo, que alcanzó a un 7% real en 2010. En cambio, ahora la autoridad fiscal ha logrado imponer una mayor cautela, y podría lograr una expansión del gasto en torno a un 4%.
Por su parte, el escenario internacional se está tornando más incierto, por la acumulación de una serie de factores que están cada vez menos vinculados a la crisis financiera internacional y que son parte de la nueva escena global.
El sistema político de varios países desarrollados pasa por apuros para adoptar decisiones claves; los rescates en Europa siguen generando dudas; la inestabilidad en Medio Oriente se prolonga y tensiona el precio del petróleo; las consecuencias del terremoto y maremoto de Japón se están todavía conociendo; el alza en el precio de los productos básicos se torna persistente, y la inflación amenaza a los países emergentes.
En el mundo actual, con nuevos actores sentados a la mesa de la economía y de la política mundial, los riesgos también están más distribuidos. Un reflejo de estos hechos es que los flujos de capital hacia las economías emergentes, que fueron muy fuertes durante el año pasado, se presentan más moderados en la actualidad.
La mayor incertidumbre internacional no es un motivo para postergar el retiro de los estímulos macroeconómicos en el país. Por el contrario, plantea la necesidad de generar un espacio de seguridad adicional y una razonable holgura en las políticas macroeconómicas para enfrentar eventuales emergencias en el futuro y para que los mercados orienten los ajustes que sean necesarios.
Esto significa normalizar el nivel de la tasa de interés antes de fin de año y avanzar más decididamente hacia el equilibrio estructural en las finanzas públicas.
Una reflexión similar la hacen las autoridades de los países desarrollados, que aún con una recuperación más lenta están comenzando a visualizar un nuevo escenario para el estímulo monetario y las tasas de interés. En Estados Unidos están moderando su discurso, y no se puede descartar que antes de fines de este año la Reserva Federal siga los pasos del Banco Central Europeo, que ya comenzó a subir sus tasas.
Las autoridades nacionales deben observar la evolución de los nuevos riesgos, restablecer la capacidad de reacción de las políticas macroeconómicas y avanzar con más decisión en una agenda pro competitividad.
En este ámbito, las prioridades incluyen apoyar la internacionalización de las empresas, que hasta el momento sólo abarca al segmento de las grandes, y debe extenderse hacia las medianas; enfrentar las causas que están detrás del alto precio de la energía en el país; avanzar en la modernización del Estado, y atender las distorsiones que existen en el mercado de trabajo.
En síntesis, el camino adecuado en la actual coyuntura internacional requiere afianzar la prudencia en el manejo de las políticas macroeconómicas, retirar los estímulos que se introdujeron en la crisis financiera internacional, monitorear los nuevos riesgos y enfrentar las restricciones estructurales de la competitividad.
Estos desafíos requieren de un trabajo colaborativo involucrando a todos los actores relevantes, incluyendo al Gobierno, trabajadores, empresarios y dirigentes políticos, de modo de identificar en forma conjunta lo que es conveniente para alcanzar la meta de llegar al desarrollo en esta década.