El más dramático de los eventos ocurrido en marzo, por el drama humano que ha significado, es el terremoto y posterior maremoto en Japón. Al igual que en Chile, este último es el que cobró más vidas y catapultó los problemas en la central nuclear de Fukushima. Pero no ha sido el único. En algunos países árabes el conflicto ha seguido escalando y en Libia ya está involucrado militarmente Occidente. El Primer Ministro de Portugal, uno de los países europeos con problemas de deuda, perdió el respaldo. El Gobierno en Alemania sufrió un fuerte revés electoral y será más difícil lograr acuerdos para resolver los problemas financieros en el continente.
Estos y otros hechos, ¿cambian sustancialmente lo que podemos esperar de la economía mundial? A riesgo de pecar de optimismo y sin desmerecer el drama humano subyacente, la respuesta es negativa. Japón ha sufrido embates de la naturaleza antes y ha sabido resurgir y lo hará también ahora. Los problemas en la central eléctrica hacen especialmente duros los desafíos que enfrenta. La economía caerá con fuerza estos meses, pero retomará con vigor una senda de crecimiento el segundo semestre. Por la importancia de la industria nipona en el mundo, la industria mundial sentirá el efecto negativo inicial pero también el viento a favor futuro.
Las revueltas en los países árabes han afectado el precio del petróleo y ello tiene consecuencias globales. Mientras no impacten los disturbios a Arabia Saudita o Kuwait, lo que no parece ser el caso por ahora, los efectos son manejables. Desgraciadamente queda un peligro latente. ¿Podrán evolucionar las instituciones de dichos países de modo que impidan una sorpresa futura en el momento menos pensado? Esta incertidumbre pesará sobre el costo de la energía y quizás por ello el petróleo ya ha subido más que lo esperado.
Los problemas en Europa no menoscaban su capacidad para evitar que las dificultades crediticias escalen a una crisis financiera como la de 2008.
El análisis anterior nos lleva a concluir que los eventos que hemos visto, a pesar de graves y dramáticos, no impiden seguir pensando que este año la recuperación global seguirá con fuerza y Chile podrá contar con sus beneficios.
Pero el país tampoco ha estado exento de noticias. El Banco Central aceleró a 50 puntos bases el alza de la TPM y el fisco anunció un recorte de gastos cercano a los US$800 millones. Ambas decisiones son justificadas. La economía se mantiene dinámica, especialmente el consumo, y las expectativas de inflación a 24 meses se empinaron por encima de valores confortables. Era conveniente una señal clara y está siendo entregada. La decisión fiscal tiene un elemento positivo adicional. Se rompe con ello el dogma de que el gasto público creciente es siempre beneficioso. Es claro que ello no es correcto, pero atreverse a llevarlo a los hechos es valioso.
Con la llegada de marzo se revivió también la actividad legislativa. El gobierno ha enviado numerosos proyectos nuevos y otros en trámite parecen listos a su despacho. Desgraciadamente el balance no es alentador para quienes esperaban que este año marcaría un hito; una nueva visión renovadora para facilitar el progreso y la creación de empleo. Ni el permiso posnatal, ni la respuesta en la ley corta a los problemas judiciales de la salud privada, ni el Servicio de Biodiversidad destacan por un cambio de rumbo. Ni siquiera el proyecto que facilita crear empresas califica íntegramente en esta categoría. La inclusión de Impuesto Internos en él nos recuerda que las empresas tienen hoy prioridad como recaudadoras para el Gobierno. La cantidad de trámites y documentos que deben hacer estos meses por la operación renta es un testimonio de ello y ahogan a las chicas y medianas. Uno de los proyectos próximos a salir, el de composición y publicidad de alimentos, simboliza la visión vigente: un Estado sabio y todopoderoso. Con buenas intenciones priva a los niños de los caramelos en los colegios. No sería extraño que la consecuencia no buscada sea que los familiarice con el mercado negro y los entrene en el desprecio a la ley.