Entre los asistentes al seminario que Robert McKee, el gurú del guión de Hollywood, dio hace un par de meses en Santiago, había varios novelistas de nuestro medio local, algunos conocidos y otros por conocer. Me parece un gran paso que las nuevas y menos nuevas generaciones de narradores consideren que la estructura es una dimensión básica de la novela y se interesen por aprender a estructurar sus relatos. Aunque sea por razones estrictamente comerciales. Y es que eso es también otra cosa que ha cambiado radicalmente: dudo que hoy día haya un solo escritor al que no le preocupe que sus novelas se vendan. Y para que se vendan, en primer lugar, han de ser legibles. Buenas o malas, lineales o fragmentarias, intelectualmente inquietantes o perfectamente anodinas, pero comprensibles. Ambición que, por lo demás, comparto. Otra cosa es que uno lo logre, claro, pues como dice Philippe Sollers (que sabe de best y worst sellers), entre el éxito comercial y la literatura siempre hay un malentendido. Véase si no lo que se podría llamar ya a estas alturas “el caso” Bolaño (Bolaño hippie, heroinómano, ¿mañana, serial killer?).
Volviendo a nuestro tema, podríamos decir que si el cuento, como decía Cortázar, se gana por knock out, la novela es, ante todo, una disposición compleja de volúmenes narrativos. Milan Kundera, entrevistado por Philip Roth, dice: “Una novela es una larga pieza de prosa sintética, basada en un argumento con personajes inventados”. Más claro, echarle agua. Pero, por si acaso, el checo agrega: “Cuando digo sintética, me refiero al deseo del novelista de asir su tema desde todas las perspectivas y del modo más completo posible. El ensayo irónico, la narrativa novelística, el fragmento autobiográfico, el hecho histórico... No hay nada que la capacidad de síntesis de la novela no logre combinar en un todo unitario, como las voces de la música polifónica”. Y esa capacidad “polifónica” de combinar con cierta coherencia, o ritmo, elementos dispares, esa capacidad de síntesis entre historias y personajes diversos, no es sino estructura. O, si se prefiere, arquitectura. Pongámoslo de otra manera: la novela es el más “sintético” de todos los géneros literarios, el más voraz y omnívoro, si se quiere. En una novela podemos encontrar recetas de cocina, cartas, otras novelas, fotos y, con la tecnología actual, hasta una película (¿qué me impide incluir un CD con un cortometraje, en lugar, pongamos, del capítulo 10?). En un cuento, en un poema, no puedo hacer caber un ensayo, ni una novela.
Si el cuento puede ser entendido como una fulguración, en el preciso sentido, además, que el diccionario de la Real Academia da de esta palabra: “Accidente causado por el rayo”, la novela, por el contrario, tiene mucho de elucubración.
Entonces vino McKee, a darnos la receta. Y, repito, me alegro mucho. Pero, si miramos un poco hacia la historia (la de nuestros colegas escritores al menos, lo mínimo que se puede esperar de un sujeto que se jacta de novelista) descubriremos que no existe ni un sólo novelista que no sea consciente de la importancia de la estructura. Balzac, que no sólo es el inventor de la novela moderna sino de una galaxia novelística (las 95 de “La comedia humana”), no podía escribir nada si no definía previamente “los grandes volúmenes” de cada historia. De hecho, “La comedia humana” es una proeza arquitectónica insuperable. Flaubert se pasó la mitad de su vida haciendo esquemas no solo de cada novela, sino de cada capítulo y hasta de cada escena. Él llamaba a eso “hacer plan”. Juan Marsé le dedica meses a planear la estructura, a encontrar el tono y el ángulo de cada una de sus novelas (él habla de “hacer el entorno”). Alejo Carpentier llegaba a hacer retratos de sus personajes. No me imagino a Balzac, ni a Flaubert, ni a Carpentier, ni a Roth, ni a Kundera, tomando un taller de guiones (con McKee o con Dios), por dos razones: la novela es un objeto artesanal, el guión es un objeto industrial; la novela es un fin en sí misma; el guión, un medio. Ni el mejor de los guiones podrá ser tan soberano y rico como una buena novela. Si no, pregúntenle a Faulkner.