Marco Enríquez-Ominami al renunciar al Partido Socialista transformándose en el tercer candidato proveniente de esa tienda que se presentará a las elecciones, viene a confirmar la crisis terminal que vive la Concertación. La coalición que nos gobierna ha sido, pelos más o pelos menos, una alianza entre el socialismo y la Democracia Cristiana. En ella, los viejos adversarios de la época de la Unidad Popular se unieron para terminar con el gobierno del general Pinochet y gobernar al país. Cuatro veces han enfrentado elecciones presidenciales y las cuatro las han ganado. Dos presidentes democratacristianos y dos socialistas. Ahora, en vísperas de la quinta contienda, el candidato oficial de la Concertación se encuentra bajo fuego desde sus propias filas.
¿Cómo se llegó a esta situación? Hay errores en el camino y algunos han sido señalados por Enríquez-Ominami. Desde ya las primarias “mula” que llevaron a proclamar a Frei y el empecinamiento de Escalona. Pero lo que importa ahora es entender las razones profundas de por qué todo esto está sucediendo y sus implicancias para el futuro.
Pareciera haber dos hipótesis posibles. La primera es que Frei es tan mal candidato, que una parte de la Concertación, convencida de que es imposible que le gane a Piñera, ha decidido forzar la situación levantando otro, Marco Enríquez-Ominami, que podría pasar a la segunda vuelta y enfrentar con mayor éxito al abanderado de la Alianza.
La segunda es que una parte del socialismo ha decidido separar aguas, sincerando una tendencia que viene desde hace años: la pérdida de poder relativo de la Democracia Cristiana hasta llegar a la total irrelevancia.
Se estima que en las próximas elecciones la DC elegiría apenas 10 diputados y un senador, pasando a ser el quinto partido de Chile, después de la UDI, RN, el PS y el PPD. Esto, después de haber sido la fuerza política más importante el año 1990, con 38 diputados. Si Frei no pasa a segunda vuelta, el cuadro es dramático, pero aun si pasara estrechamente, para perder luego con Piñera, la DC queda en una debilidad extrema por haber sido abanderada de la derrota de la Concertación, cuyos cuadros tendrían que reinventarse bajo el liderazgo de la izquierda y de quienes en ella desecharon la alternativa institucional.
Esas son las cuentas que están sacando muchos en estos momentos, porque el escenario descrito representaría no sólo problemas para la DC, sino que un brutal traspaso de poder político en la izquierda chilena. Estas especulaciones pueden convertirse de pronto en frenéticas negociaciones, cuando se conozcan los resultados de la encuesta CEP. Ello explica la instalación, en el centro neurálgico del comando de Frei, de Enrique Correa, el Gran Negociador. Él representa el último intento de mantener juntos a democratacristianos y a socialistas, ya sea afirmando a Frei o ungiendo a su reemplazante de manera incruenta.
La pérdida de poder relativo de la DC frente al socialismo se explica porque mientras la izquierda ha tenido todos estos años una agenda: valórica, institucional e ideológica, sus aliados han carecido de ella y se han conformado con administrar el poder, en los primeros años, y luego desangrarse en luchas intestinas por la hegemonía del partido.
Al tiempo que la izquierda avanzaba gradualmente, sin apuro, en correr los límites en la sociedad chilena, la democracia cristiana ha sido errática y confusa en su oferta al país. Su último Congreso Ideológico, celebrado el año pasado, ha hecho propuestas tan fantásticas como la siguiente: entender la economía de libre mercado como causante de la pobreza.
El gobierno de Patricio Aylwin lideró una exitosa transición a la democracia y consolidó el sistema de economía de mercado, pese a las leseras que pueda decir el mentado Congreso Ideológico. Avanzó también en la protección social, aunque dejó que los socialistas se apropiaran de esa bandera. Eduardo Frei continuó profundizando la economía de mercado; pese a que ahora, cual Clodoveo, quema lo que ha adorado y adora lo que ha quemado. En el intertanto, la DC desechó sistemáticamente a sus mejores hombres, a quienes habían sido exitosos en el Gobierno, cayendo en luchas internas que la han consumido.
Termino con una hipótesis provocativa: ¿Por qué los mejores hombres de la DC no levantaron frente a sus aliados de la izquierda una alternativa ideológica potente? Quizás porque llegaron a la convicción de que no existe, o, más bien, que ésta reside al otro lado del charco.