Siguen conociéndose cifras dramáticas sobre la evolución de la economía. En Chile, el Imacec retrocedió 4,6% en abril; según la Sofofa, la producción industrial cayó 14%. Sin embargo, en las últimas semanas se ha ido consolidando el sentimiento de que lo peor de la crisis financiera y sus consecuencias empezó a quedar atrás. Este giro hacia el optimismo nace de la percepción de que un colapso del sistema financiero mundial ha sido evitado.
La acción de los gobiernos y bancos centrales está teniendo efecto. Aunque es imposible descartar sorpresas, por ejemplo una reacción negativa de los consumidores ante el alza del petróleo, la profunda recesión que el mundo ha experimentado debiera dar paso a una recuperación en los meses que vienen.
Para Chile, la mejoría del precio del cobre, la casi normalización del financiamiento externo al sistema bancario y algunos signos de expectativas más positivas en sectores muy afectados como el de la construcción presagian el inicio de un segundo semestre en recuperación. Es hora pues de levantar la mirada más allá de la emergencia y retomar los desafíos de largo plazo.
Por el bien de todos, el crecimiento acelerado es un imperativo. Espero que los argumentos que muestran que los países de alto crecimiento -por ejemplo Irlanda o Singapur- han sido más golpeados que Chile en esta crisis no lleven implícita la visión que no conviene crecer aceleradamente. Singapur e Irlanda, por su estructura productiva y su grado de integración en el comercio mundial, han sido muy afectados. Por su parte, Chile está del lado de los ganadores, dado el precio del cobre por sobre el promedio histórico. Irlanda enfrenta además una crisis inmobiliaria profunda, pero su historia de éxito, de uno de los países más pobres de Europa a uno de los líderes, sigue siendo envidiable. Singapur, muy atrás de Cuba cuando Castro toma el poder, hoy la supera por lejos en bienestar y libertad. Recuperar elevadas tasas de crecimiento es entonces prioritario.
En materias macroeconómicas y al igual que en el resto del mundo, controlar el gasto público es un aspecto crítico. Chile lleva años en que el gasto fiscal crece más que el producto; este año crecerá alrededor de 11% y ello es insostenible. Lo que fue válido para la emergencia debemos ser capaces de revertirlo al mirar al futuro.
Pero donde nuestra tarea es más compleja es en el plano de los incentivos para emplear y producir. Hoy más que por las visiones de izquierda o de derecha, los países se dividen entre los que ven a los que emprenden -pequeños empresarios o grandes capitales- como un elemento básico para progresar y buscan darles reglas estables e incentivadoras, y los que los ven como un elemento negativo, que capturan un botín que debe serles arrebatado.
China comunista está entre los primeros y Chile ha evolucionado paulatinamente al segundo grupo. Debemos ser capaces de superar esa tendencia. La tarea no es fácil y basta ver la primera reacción de la ministra del Trabajo al conocer cifras negativas de desempleo. ¡Pedir que no busquen trabajo! El drama de Chile es precisamente lo opuesto: no incorporar suficientes ciudadanos a un empleo adecuado. Los últimos años, en que cada vez más al empleador se le trata como delincuente y en que se le imponen más costos, sólo han empeorado la situación. La reacción correcta es corregir nuestros errores y no cerrar los ojos a la realidad.
Hemos visto al Gobierno trabajar en transformar un acuerdo internacional en un instrumento para expropiar a legítimos propietarios. La historia humana es de un incesante movimiento migratorio y evolución cultural. Los desplazados en un momento de la historia siglos antes eran invasores. Si queremos respaldar a grupos especiales, sean étnicos o de otro tipo, la sociedad podrá darles subsidios, comprarles tierras o concederles otros derechos, pero ello dentro de la Constitución, la ley y el proceso presupuestario. Sería muy dañino para Chile y para los mismos grupos supuestamente beneficiados, hacerlo destruyendo las bases de un Estado de derecho e ignorando lo que otros han adquirido legítimamente.
Si miramos el debate legislativo sobre las nuevas normas del ambiente, el panorama es similar. En aras de evitar supuestos efectos negativos se consolida un sistema que hace cada vez más precario el derecho de propiedad. Se sesga a toda la burocracia a ver sólo efectos negativos de crear riqueza y ningún parlamentario propone que se le obligue también a mirar y evaluar los efectos positivos que derraman a la sociedad. No se levantan voces para enmarcar estas nuevas iniciativas legales en el respeto primario a los derechos de propiedad que, con esfuerzo, personas y empresas han adquirido.
Más allá de la emergencia, la tarea es volver a crear riqueza aceleradamente. Ello no será posible si no damos vuelta el prisma que nos hace mirar con desconfianza al que emprende y emplea. Ojalá salgamos de esta tormenta, que nos llevó a ver de cerca el drama del estancamiento, con una mentalidad renovada en estas materias.