El impacto de la crisis internacional en Chile se está jugando en las expectativas de los hogares, porque nuestro progreso ha abierto enormes oportunidades de consumo e inversión sin entregar el nivel correspondiente de protección. Mientras el acceso al financiamiento y la política macroeconómica están a nivel de país desarrollado, la inseguridad del presupuesto familiar es propia del subdesarrollo. La consecuencia es una amplificación de la crisis global de confianza, a pesar de aplicar las medidas adecuadas. Esto nos debe llevar a una revisión de los mecanismos que protegen el presupuesto de los hogares.
Las crisis se debe entender a partir de la tendencia inherente de las personas hacia un comportamiento en que el optimismo lleva a más optimismo y luego el temor lleva a más temor. Lo primero ocurrió desde comienzos de la década de 1990, con la supremacía de Estados Unidos en la política mundial y la moda de los mercados desregulados. Lo segundo se instaló desde el incumplimiento en los préstamos sub-prime y se propagó rápidamente, provocando una fuerte desaceleración en la economía global.
La crisis está operando a través de cuatro vías: las restricciones en el funcionamiento del sistema financiero; el colapso en el volumen del comercio internacional; la caída en los precios de las exportaciones, y el desplome de la confianza de los consumidores e inversionistas. La particular combinación de estas vías en cada país lleva a identificar variantes dentro del escenario de recesión global, que son claves para explicar la intensidad y la duración de la crisis en cada economía, por lo que conviene detenerse en cada uno de los canales de transmisión e identificar los lugares en que están operando con mayor intensidad.
En primer lugar están aquellos países en que la crisis afecta la estabilidad financiera, porque ese sector había experimentado una expansión excesiva en los años anteriores, utilizando prácticas que excedían largamente las normas de prudencia financiera. En muchos casos, este boom estuvo acompañado de endeudamiento externo, expansión excesiva del sector inmobiliario y burbujas en los precios de los activos, especialmente de las viviendas. Entre otros, éste es el caso de Estados Unidos, del Reino Unido y de Europa del Este.
En segundo lugar están los países que tienen una alta cuota de participación en la cadena manufacturera mundial, como Japón, Alemania y Corea. En ellos, el impacto viene por el colapso del comercio exterior, especialmente por la fuerte caída en las ventas mundiales de maquinaria y de bienes durables. Por ejemplo, las ventas de automóviles están más de 40% por debajo de 2008, lo que afecta más duramente a las economías que tienen una mayor cuota en este mercado, como México y Brasil, en América Latina.
Tercero, hay países en que el valor de las exportaciones ha caído por menores precios, pero que las cantidades exportadas se mantienen estables. Éste es el caso de los productores de bienes básicos. Los que ahorraron los ingresos adicionales del auge de precios, como Chile, están en muy buenas condiciones para sortear los efectos de la crisis global; en cambio, si esos ingresos terminaron en gasto interno, necesitarán tarde o temprano un apretón del cinturón, como Venezuela, Argentina y, en menor medida, Ecuador.
Efecto demoledor
Por último, están los países con una demanda interna muy sensible a los cambios en la confianza de los consumidores e inversionistas. En estos casos, el mismo temor que se propagó alrededor del mundo tiene un efecto especialmente severo, porque tienen poco desarrollados sus sistemas de seguros, incluyendo el de los ingresos del trabajo. Chile está en este último grupo, porque tiene un sistema financiero sólido, las exportaciones no han entrado en el terreno negativo y los fondos ahorrados nos permiten alejar cualquier necesidad de apretarnos el cinturón. En cambio, una vez más, enfrentamos el efecto demoledor que tiene la incertidumbre en el consumo de los hogares.
La capacidad de una familia de estabilizar su consumo en época de crisis depende del acceso al sistema financiero, de la existencia de seguros y de los activos líquidos. Diversos estudios empíricos, incluyendo algunos realizados en Expansiva, concluyen que el efecto de la pérdida del trabajo en el consumo de una familia en Chile es mucho mayor que en Estados Unidos, porque los mecanismos formales de protección de ingreso en nuestro país juegan un rol muy pequeño a la hora de estabilizar el ingreso y el consumo de las familias. A esto se agrega que en esta oportunidad la restricción crediticia se sumó a la incertidumbre, potenciando su efecto. Este fenómeno permite también explicar la coexistencia de temor en las familias y alta valoración de las políticas del Gobierno, porque las personas perciben que las medidas aplicadas son las adecuadas en las circunstancias que vive el país y que compensan, en la medida que es alcanzable, la inseguridad de su ingreso.
Luego de la crisis asiática, este mismo diagnóstico llevó a aprobar la ley del seguro de desempleo, que todos los análisis posteriores han evaluado como insuficiente. Este año se hicieron algunos perfeccionamientos que podrían tener algún efecto en la próxima crisis. El reciente informe de la OCDE sobre el mercado de trabajo en Chile, publicado hace unas semanas, recomienda sustituir el actual sistema de indemnizaciones por un seguro de desempleo más efectivo. De haber estado vigentes estas reformas, hubiésemos evitado la pérdida de varias decenas de miles de puestos de trabajo. En síntesis, la severidad con que la crisis internacional ha afectado la confianza de los hogares debe llevarnos a reflexionar sobre la inseguridad con que viven las familias en nuestro país. Ésta es una de las debilidades de la sociedad chilena.