Un hombre que muere clavado en la cruz, dando así su vida por los demás, brinda un testimonio de amor que nos estremece. No es algo habitual, pero aun así cada cierto tiempo somos conmovidos por hechos como ese. ¿Por qué la muerte en esas circunstancias de Jesús de Nazaret, hace más de dos mil años, es recordada en todo el mundo esta semana, movilizando a cientos de millones de cristianos?
Es un milagro de amor que a veces escapa a nuestra comprensión; sólo podemos aproximarnos a tratar de entenderlo. La Iglesia Católica está presente con su mensaje en todos los continentes y sigue ejerciendo una influencia considerable. Otras iglesias cristianas difunden también las enseñanzas de Jesús. En Chile la fuerza del mensaje de Cristo es particularmente persistente. En el último censo, el año 2002, un 70% de la población se declara católico y otro 15% se agrupa en creencias cristianas no católicas. Diez años antes, en 1992, los católicos llegaban a 76,7%. Ello da cuenta de algún retroceso en una década, pero la encuesta CEP realizada recién en junio de 2008 nos dice que esa tendencia no ha continuado, ya que un 69,2% se declara católico.
La modernidad, no obstante, ha representado un desafío formidable para la religión y muchos de los países más prósperos, en particular en Europa, son sociedades altamente secularizadas, dominadas por una cultura laica y a veces incluso anticlerical.
El mundo ha experimentado muchos avances desde la época de Cristo. Desde ya el progreso material ha sido considerable. No contamos con información comparable de aquellos tiempos, pero estimaciones confiables indican que el producto per cápita ha aumentado desde 436 dólares el año 1000 hasta 6.049 dólares en el 2001, todo en moneda del mismo valor. En muchos otros aspectos la sociedad actual es también mejor que la de antaño: hay menos desigualdad, hay más libertad, se respetan mejor los derechos de las personas.
¿Y qué pasa con las virtudes? ¿Han sido exitosas la Iglesia Católica y otras instituciones religiosas en llevar el mensaje cristiano a los hombres? Aquí la cosa se complica un poco. Y no es que sea de aquellos que se horrorizan con la modernidad y piensan que todo tiempo pasado fue mejor; ya lo dije, en muchos aspectos vivimos en un mundo más humano y más justo. Pero también en uno más complejo y diverso, donde las posibilidades son casi infinitas y el desafío de las instituciones que promueven valores se hace más difícil.
Claro, resulta fácil el valor de la austeridad cuando no hay bienes disponibles (en Cuba, por ejemplo), lo encomiable es practicarlo en una economía de mercado que ofrece multiplicidad de opciones de consumo; predicar la importancia del desarrollo espiritual o incluso del cultivo del saber por sobre el culto al cuerpo no es una tarea trivial frente a la potencia de las imágenes de la televisión, de internet y las numerosas posibilidades que nos ofrece la sociedad de hoy. Defender la vida del que está por nacer no es evidente para quienes viven en culturas que han exacerbado los derechos personales hasta el punto de privilegiar el "derecho a disponer de su propio cuerpo" por sobre una vida humana. Pero es allí donde precisamente se engrandece la labor de la Iglesia Católica: en la sociedad moderna. Si es capaz de hacer prevalecer los valores cristianos en un ambiente tan adverso habrá conseguido, una vez más, un logro formidable. Eso es lo bonito que tiene el desafío de hacer de Chile un país desarrollado, que al mismo tiempo sea capaz de rescatar las virtudes de la enseñanza de Cristo.
Y no la tiene fácil la Iglesia Católica. Es que, además de los factores ambientales que mencionábamos, hay gente que no se siente cercana a ella. Es posible que su conservadurismo en ciertas materias haya alejado a algunos; puede que a veces se confunda la defensa de ciertos dogmas o creencias con el reproche a quienes, por ejemplo, han fracasado en el matrimonio o con incomprensión frente a una condición sexual distinta. Hay quienes perciben una institución lejana, castigadora, poco acogedora.
Pero hay algo más. Pareciera haber gente que no quiere a la Iglesia Católica, que se ha propuesto dificultar su labor. Herederos de la Ilustración del siglo 18 y del racionalismo del siglo 17 miran con hostilidad al catolicismo, se regocijan cuando sus representantes exhiben debilidades humanas propias de su condición. Tienen una confianza ilimitada en la capacidad del hombre de resolver todos sus problemas prescindiendo de Dios y de un sentido de trascendencia. A ellos sólo cabe decirles en una fecha tan propicia para citar a San Juan de la Cruz:
Este saber no sabiendo es de tan alto poder que los sabios arguyendo jamás le pueden vencer...