Cualquiera sea el resultado del partido de esta tarde entre Colo Colo y la UC, Sebastián Piñera tendrá motivos para estar contento. Y esta particularidad del candidato presidencial de la Alianza, que para los que no lo quieren o para algún fanático del fútbol puede ser objetable, tiene también una mirada positiva. Es que a este cruzado de origen y tardío colocolino le fascina ganar, y posee además una saludable vocación de mayoría, rasgo que escasea en el sector político que representa. Llegó a Colo Colo seducido por el proyecto de Gabriel Ruiz Tagle y otros dirigentes que hace algunos años se hicieron cargo del club más popular de Chile, y lo han llenado de títulos brindando muchas alegrías a su hinchada. Piñera se ha sumado con entusiasmo a apoyar ese sueño, porque cree en su capacidad para cambiarle la vida a la mayoría de los chilenos, y eso es encomiable.
La centroderecha en Chile ha perdido todas las elecciones desde 1989, con la excepción quizás de la última elección de alcaldes, ya bajo el liderazgo de Piñera, en que hubo ganancias compartidas. Si quiere el triunfo en la presidencial de diciembre próximo, en consecuencia, debe plantear un escenario distinto al de las anteriores contiendas, que están muy marcadas por el clivaje entre el SÍ y el NO del plebiscito de 1988. De hacerlo, seguiría el camino que empezara a transitar Joaquín Lavín. Hay razones adicionales para ello: los partidos políticos y las principales coaliciones exhiben una baja adhesión de la ciudadanía, cercana al 20%, según la última encuesta Adimark. Para ganar las presidenciales hay que superar el 50% de los votos, y en las parlamentarias del 2005 RN sacó 14,5% y la UDI 22,36%. Es cosa de sumar, 38,72%; quien quiera llegar a la presidencia debe trascender a ese electorado. Hay quienes critican a Piñera porque votó NO en el plebiscito, pero resulta que la Alianza se ve favorecida por un candidato que rompe ese esquema; criticarlo por eso entonces es criticarlo porque puede ganar.
Pero las críticas a Piñera no se detienen allí. Se ha llegado incluso a decir del candidato de la Alianza que no es generoso. No sería pródigo con su fortuna, como Farkas, que reparte billetes en las calles —una práctica que se estaría generalizando—. Uno podría hacerse eco de los rumores que dicen que Sebastián no es dadivoso —no me consta, aunque tampoco lo contrario, por desgracia—. Más ecuánime parece, al observar la trayectoria de Piñera en los últimos veinte años y sus incursiones en el ámbito de la política, concluir que optó por la sabiduría de quien decide que lo efectivo no es regalar el pescado, sino enseñar a pescar.
Y es que Sebastián Piñera, de un tiempo a esta parte, parece sentir la imperiosa necesidad de hacer partícipes a los chilenos de su tremenda capacidad para generar riqueza, fuentes de trabajo y, en definitiva, bienestar.
La evidencia teórica y empírica acerca de las motivaciones del voto nos dice que tradicionalmente han pesado mucho las identificaciones ideológicas de clase socioeconómica y de género (en otros países también de religión), y que a medida que se ha debilitado la adhesión a partidos políticos, ellas han ido perdiendo importancia frente a factores como la situación económica y el candidato. Va a ser clave entonces en la próxima elección la percepción de los chilenos acerca de quién tiene el liderazgo y la capacidad suficiente para sacarnos de la delicada situación económica que vive Chile. No será difícil para Piñera instalar la sensación de que él estará al mando de la situación; que si ha de construir un puente, éste no se derrumbará; que si pretende echarlo abajo, no fracasará en el intento; que si nombra un Gerente del Aire, éste no se hará humo; que si es llamado a diseñar y poner en marcha un sistema de transporte público, su funcionamiento será más parecido al de LAN que al Transantiago. Según la encuesta El Mercurio Opina, un 53,1% de los chilenos considera que Piñera está mejor preparado para enfrentar la crisis, contra un 25,7% de Eduardo Frei.
Alguien podría calificar esta adhesión de demasiado pragmática o echar de menos una declaración de principios, o simplemente preguntarse cuál es el proyecto. Creo que está claro: no hay mejor proyecto para el bienestar de los chilenos que evitar un quinto gobierno de la Concertación, y Piñera es el llamado a impedirlo; tiene fuerza, tiene talento e inteligencia, encabezaría un estupendo gobierno para Chile y, por último, domina como nadie el arte de ganar.
Así, si todo va bien, el 11 de marzo del 2010 Sebastián Piñera recibirá la banda presidencial y se dará inicio a una nueva era en la política chilena.