En chino, el significado de la palabra crisis tiene dos componentes: peligro y oportunidad. Aunque Chile esta lejos del epicentro del peligro, tiene la oportunidad de aprender la principal lección que nos deja la crisis financiera: que cuando en la vida económica en las sociedades modernas se abandona el balance entre mercado, gobierno y organizaciones civiles, se daña el progreso. Para nosotros, esta lección es de la mayor relevancia, porque los ideólogos del mercado han reaccionado con su habitual intransigencia ante la posibilidad de que sus postulados puedan tener fallas, mientras los ideólogos del Estado están aprovechando las circunstancias para levantar la voz sin reparar en los enormes fracasos del estatismo. Lo peor que nos podría pasar es que la valiosa oportunidad de aprender se pierda por la acción del fuego cruzado y que las verdaderas lecciones lleguen a Chile con dos o tres décadas de atraso.
La caída de los regímenes socialistas hace casi 20 años fue apresuradamente calificada en muchos círculos de Occidente como el triunfo del mercado sobre la planificación y no como el fracaso del exceso de la intervención del Estado en la sociedad. A partir de esta errada conclusión se elaboró la nueva fórmula del progreso: estabilidad macro, mercados libres y privatización. La confianza casi ciega en las bondades de estas recetas -que impidió ver sus limitaciones- se extendió desde la academia hasta los gobiernos, pasando por los organismos multilaterales. Los grupos que se apresuraron en proclamar el triunfo del mercado no sólo estaban obviando sus deficiencias, sino que también olvidaron las herramientas para corregirlas. Estaban inspirados en el pensamiento de Milton Friedman, que sostenía que las fallas del modelo de competencia perfecta eran raras y relativamente insignificantes.
El fracaso del socialismo estaba demasiado cercano para inspirar una reflexión equilibrada y los que lo intentaron fueron enteramente ignorados: así se construyó el axioma del triunfo del mercado, supuestamente evidente por sí mismo y que no admitía una indagación crítica. A mediados del siglo XX la estrategia de desarrollo de América Latina estaba fuera de balance por la excesiva intromisión del Estado en la vida económica, lo que provocó bajo crecimiento y alta inestabilidad. Con frecuencia la corrección de estos excesos no reparó en las fallas del mercado, principal déficit de nuestra estrategia de desarrollo. Las deficiencias en los mercados de servicios sociales (salud, urbanismo, educación), las fallas de coordinación cuando existen externalidades (innovación, medio ambiente, capital de riesgo) o la subinversión en bienes públicos son algunas de las consecuencias del "mantra" de los mercados libres.
Aunque los mercados presentan una serie de problemas, no existe una alternativa viable como principio de organización del sistema económico de una sociedad compleja, porque aumenta las oportunidades para las personas y es un buen sistema de incentivos para fomentar el progreso. Además, las fallas del Estado son demasiado frecuentes para pasarlas por alto: cortoplacismo, captura por parte de intereses particulares y corrupción de diferente tipo. La pregunta correcta entonces es cómo construir mecanismos que le pongan contrapesos razonables a los mercados.
Luego de la crisis asiática se produjo una primera advertencia en el sentido que muchas economías estaban fuera de balance, lo que se expresó en una abundante literatura crítica a los excesos del mercado. Ahora, la crisis financiera ha planteado el tema con una crudeza que está bien reflejada en las afirmaciones de Sarkozy que apuntan a: "Refundar el capitalismo", "salir del mito de la infalibilidad del mercado", "establecer un nuevo equilibrio entre el Estado y el mercado y una nueva relación entre la economía y la política". Estos son los enunciados, nuestro desafío es dotarlos de contenido aplicable a la realidad chilena.
El progreso de los países se logra a través de un balance entre un sector privado fuerte, un sector público eficaz y una sociedad civil activa. Es indispensable que el mercado funcione en el interés de los consumidores y que el Estado represente fielmente a los ciudadanos. Ninguna de estas condiciones funciona por sí sola: los mercados son brutales y las burocracias aterradoras, por lo que necesitamos construir una relación de equilibrio razonable y la fuerza de la sociedad civil es un enorme aliado.
Una sociedad que aspira alcanzar el desarrollo necesita que las diversas formas de organización de su sistema económico funcionen bien. Esto nos plantea varios desafíos. Primero, trabajar con una visión de largo plazo. Las fallas del Estado son más frecuentes cuando se descuida el sentido de misión que tiene su responsabilidad. Los cambios reiterados en los liderazgos o las continuas reorganizaciones de los servicios llevan a enfoques de corto plazo que destruyen el fundamento de servicio de la labor pública. Segundo, capacidad de ejecución, lo que requiere de un Estado eficiente, exento de toda forma de corrupción. Tercero, un financiamiento adecuado, porque las fallas de las políticas públicas y los reclamos de los ciudadanos son más frecuentes cuando se asumen funciones y compromisos sin los recursos necesarios. Sin embargo, la reforma en estas áreas es insuficiente si no se introducen ajustes en la forma en que se hace la política: no es posible aislar la gestión del Estado del funcionamiento de la política.
En síntesis, la crisis financiera generará una corrección de los excesos en la organización de la vida económica de las sociedades modernas.
Aprovechar este movimiento le haría muy bien a Chile, porque podríamos deshacernos de la pesada carga ideológica que nos impide avanzar a un tranco más acelerado al desarrollo.