Entre la fábula y el cuento de terror, la nueva novela de Kazuo Ishiguro, Klara y el Sol, es un retrato especular sobre un futuro cercano, pero formalmente es la historia de Klara: una B2 de tercera generación, diseñada especialmente para acompañar a niños y jóvenes. Es un robot con la apariencia de un humano capaz de aprender cómo funcionan los sentimientos. Y, quién sabe, incluso llegar a sentirlos. Klara es una de las muchísimas robots de acompañamiento en el mundo y se vende en una tienda como cualquier otra: a veces, incluso le toca ser expuesta en la vitrina. Para funcionar solo necesita ser iluminada por el sol periódicamente. La trama se echa a andar cuando Klara llega a la vida de Josie, una niña con una enfermedad que podría acabar con su vida en cualquier momento. Desde ahí, Ishiguro mira un mundo nuevo en formación: hilvanado con el hilo de la tecnología y lanzado a un futuro que nadie entiende cómo llegó tan rápido. Tampoco cómo funciona. Hay un terreno esquivo en casi todos los libros de Ishiguro. Un aura enigmática, que a veces es un recuerdo que nadie quiere recordar y otras, una realidad muy presente que todos prefieren ignorar. En Klara y el Sol todo está expuesto, el problema es lidiar con ello: “Hay gente que cree que os habéis vuelto demasiado inteligentes”, le dice un científico a Klara, mientras ella hace su mejor esfuerzo para entender a qué se refiere. “Están asustados porque ya saben lo que sucede en vuestro interior. Ven lo que hacéis. Aceptan que vuestras decisiones son sensatas y fiables, casi siempre correctas. Pero no les gusta no saber cómo llegáis a ellas”.

Ganador del Premio Nobel en 2017, Ishiguro suele cambiar de estilo en sus libros. Eso sí, Klara y el Sol tiene un antecedente en Nunca me abandones, que también es una distopía: una historia de jóvenes que son clones para que sus órganos sean utilizados, si es necesario, por los humanos originales. Acaso la historia de Klara complementa el universo del aquel libro, un universo en el que clones y robot pueden convivir. Que no logremos entender cómo lidiar con su impacto cultural, político y simbólico, es el asunto que Ishiguro pone en discusión./ Roberto Careaga C.