“No sabes cuándo empezó, pero ahora prestas atención a cada órgano”, se leen en los primeros versos de Santo oficio, el nuevo poemario de Rosabetty Muñoz. Luego añade: “Una piel escamada anuncia la descomposición de todo, hasta la fe”. Quizás en ese poema está trazado el tono completo del volumen: una cincuentena de textos en que la escritora explora las implacables huellas del paso del tiempo por el cuerpo. Concreta y precisa, al borde de lo cruel, incluso, la poeta chilota muestra todo un paisaje de decadencias físicas que, aunque inevitables y comunes a todos, parecen haberse vuelto vetadas del habla de nuestra época. “Te disgusta mi opulencia”, constata, tal como antes ha registrado una certeza perturbadora: que “el indeseable aroma a desinfectante” que empezamos a heder es un “enjuague” para ocultar que nos descomponemos. Más realista que desalentador, Santo oficio trae a la vez un contrapunto luminoso: mientras habitamos un cuerpo que muere día a día, el deseo no se apaga y la felicidad termina acotándose a momentos fugaces. Eso sí, acá no hay lecciones ni mensajes: cuando llega la corrupción de la carne, no se va.

En los últimos años, la importancia de Muñoz en la poesía chilena se ha acrecentado. De figurar como un referente de la literatura sureña, pasó a ser una voz que incluso disputó el Premio Nacional de Literatura. Autora de una obra abundante, Santo oficio es una sugerente entrada a la lectura de su poesía./ Roberto Careaga