Rafael Mery
Las abogadas del siglo XIX tuvieron que superar grandes obstáculos para acceder a la profesión legal. En 1887 ingresó a la Universidad de Chile la primera mujer: Matilde Throup, quien luego se convertiría en la primera chilena en obtener el título de abogada. La discriminación marcó toda su carrera profesional. En 1893 Matilde Throup postuló a un concurso para ocupar un cargo en el Juzgado de Letras de Ancud, al que se le cerraron las puertas por su género. Sería el inicio de una batalla judicial donde finalmente la Corte Suprema estableció la equidad de género para postular a cargos públicos. Aunque Matilde Throup nunca ocupó un cargo público, inició una lucha que se mantiene hasta el día de hoy, casi 130 años después.
Si bien las mujeres han logrado avances sustanciales en el mundo laboral, han logrado todo menos un progreso relevante en la profesión legal. Hoy en día, las mujeres representan casi el 55% de quienes ingresan a estudiar Derecho. Además, las mujeres representan casi un 45% de todos los asociados en las firmas de abogados de elite en Chile. Sin embargo, ello no se ha traducido en un aumento significativo en el porcentaje de mujeres socias en estas mismas firmas, donde las mujeres representan solo el 12% de todos los socios.
Como se observa, los números indican que la cantidad de mujeres socias es desproporcionada con la cantidad de estudiantes de Derecho que ingresan a estudiar y la cantidad de mujeres asociadas en las firmas de abogados.
Todo muestra que, en cierto nivel, las abogadas mujeres chocan con un “techo de cristal”, una barrera artificial e invisible que evita que las mujeres sean ascendidas a puestos de dirección y liderazgo dentro de una firma de abogados. “El techo de cristal” representa una forma de discriminación, no escrita, generalmente tácita, pero muy generalizada.
Aunque existen varias teorías que intentan explicar la existencia de este “techo de cristal”, en las líneas que siguen me detendré en tres que ha mi juicio resultan de especial relevancia y a las cuales hay que prestarle atención.
Una primera causa de este “techo de cristal” está en el modelo de negocio de las firmas de abogados. En un mercado altamente competitivo, como el que enfrentan hoy las firmas legales, existe una mayor presión sobre los socios y asociados para desarrollar el negocio, lo que se traduce en una presión para captar y retener a los clientes, y facturar más. En ese modelo de negocio, en general, se considera que las mujeres no suelen tener las mismas habilidades que tendrían los hombres a la hora de captar clientes. Las mujeres, dicho en otras palabras, serían malas “rainmakers”, lo que podría atribuirse a diversos factores, pero especialmente a una errónea percepción, tanto de los hombres, sobre el lugar que ocupan las mujeres en los negocios, como de las propias mujeres, sobre su capacidad de hacer negocios y su falta de contactos o redes.
Tanto hombres como mujeres perciben a las abogadas como profesionales menos orientadas a los negocios que los hombres. Las mujeres no tienen el mismo nivel de contacto con los clientes que los hombres, no tienen acceso a las redes sociales que los hombres utilizan para desarrollar relaciones comerciales y necesitan dedicar más esfuerzos que los hombres para desarrollar contactos.
En el mundo empresarial, distinto a la abogacía, las mujeres que alcanzan posiciones de liderazgo suelen ser mayores que las abogadas senior, lo que las deja sin contactos significativos. En el caso de los hombres es distinto. Los hombres suelen alcanzar posiciones de liderazgo en el mundo empresarial antes que las mujeres, por lo que los abogados senior suelen tener entre sus pares a altos ejecutivos en el mundo empresarial. En otras palabras, un abogado senior tiene más probabilidades de que su compañero de colegio, su amigo de la playa o su partner del tenis, sea un alto ejecutivo de una compañía que potencialmente pueda ser un buen cliente para la firma. Para las mujeres esto es mucho más difícil.
Una segunda causa de este “techo de cristal” tiene su origen en la manera como las firmas de abogados miden la productividad. La cultura de las firmas de abogados exige a sus miembros no solo que trabajen muchísimas horas, sino también que dediquen tiempo a desarrollar negocios. Por lo tanto, es imposible que un abogado que trabaje estas horas sea el principal cuidador de una familia. Además, la cultura tradicional de las firmas de abogados exige que los abogados estén constantemente disponibles para los clientes. Este entorno impone a los abogados exigencias de tiempo imprevisibles y onerosas.
Por último, este “techo de cristal” también surge por la forma en que las firmas deciden promover a sus nuevos socios. La decisión de promover a un asociado como socio suele basarse en dos criterios distintos: uno subjetivo y otro objetivo. El objetivo —para ir a lo fácil primero— suele tener relación con criterios económicos, a saber, productividad, captación de clientes, rentabilidad, facturación, etc. En los criterios subjetivos, por su parte, comienzan a operar los sesgos de género. La mayoría de los socios de las firmas son hombres y suelen tener una preferencia por los asociados hombres a la hora de promoverlos a socios. El pensamiento conservador —muy extendido en estas firmas de abogados— les concedió a las mujeres el rol de madres y esposas, y ese sesgo sigue muy intrincado en la cultura de las firmas de abogados.
Como se observa, no se trata de un problema de agencia, esto es, de cómo las mujeres abogadas se comportan en esta industria o de sus mayores o menores capacidades para hacerlo. Se trata, en cambio, de un problema estructural: son las estructuras al interior de la profesión legal las que dejan fuera a las mujeres.
Y aquí es donde las mujeres deben alzar la voz para derribar las barreras estructurales que aún existen para la plena igualdad de género en la profesión legal y crear nuevas condiciones de trabajo que permitan un mejor equilibrio entre el trabajo y la vida privada. Las mujeres deben alzar la voz poniendo en el debate el lugar que ocuparán en una industria que está experimentando cambios sin precedentes sobre la manera de prestar servicios. Deben hacer valer sus ventajas frente a los modelos alternativos de resolución de conflictos distintos al litigio. Deben entender, a fin de cuentas, que hoy su lucha es por un “cambio de paradigma”, que vaya más allá de la búsqueda de la igualdad en la profesión legal. Deben tomarse el debate público para cambiar la profesión, de modo que realmente se adapte a las mujeres.
Aquí no sirve el silencio ni el miedo a ser señaladas como “conflictivas”, hay que continuar la lucha de Matilde Throup, por ella, por las actuales abogadas, pero también por las nuevas generaciones. Mi voz es por mi hija, pero también por una industria, para que sepa ponerse a la altura de los tiempos y comprenda que seguir haciendo lo mismo ya no es una opción.
* Rafael Mery Nieto es director para Latinoamérica de Mirada 360º.

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