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Peligro de extinción

Si Gareca tuviera a un Chile entre los cuatro primeros y jugando con soltura y holgura, se podría ir donde le diera el cuero y la gana. Hasta con doble viático.
Foto: EFE
Antonio Martínez02 de noviembre, 2024
La nómina se dio a conocer un viernes sin conferencia de prensa de Ricardo Gareca y no se supieron las razones que tuvo para modificar la costumbre que él mismo había creado y diseñado: explicar los llamados y hablar con los periodistas.

El viernes cayó 1 de noviembre, día feriado y quizás por eso el argentino no hizo nada y reposó, por respeto a un día de guarda y no de trabajo.

A lo mejor sí, a lo mejor no, pero ya nadie cree en el verso de Gareca, desaparecieron sus creyentes, se mandaron a cambiar los fieles y se esfumaron los feligreses. No hay parroquia ni credo ni coro.

Apareció la nómina en el Día de Todos los Santos, una celebración para beatos y santos, canonizados en su momento o no. Un día para esos pocos humanos que llegaron al cielo y habitan las lejanas nubes, según constancia voluntariosa y total ausencia de pruebas concluyentes.

A falta de otro, el Día de Todos los Santos podría ser el día de los directores técnicos de selección nacional, donde son poquísimos los llamados y mucho menos los elegidos.

Al interior de esa burbuja no rigen las leyes laborales conocidas, ni en sueldo ni tampoco en horario y ninguna de las exigencias normales para el resto del mundo.

Los descansos, asuetos y vacaciones ordinarias y extraordinarias dependen de cómo les está yendo: si les va bien con la selección hacen lo que quieren y a nadie le importa; si les va mal, igual lo hacen, pero a todos les importa. En términos específicos: Gareca viaja porque sí a Buenos Aires, y cuando se pregunta y por qué no viajo, también viaja.

En suma: si Gareca tuviera a un Chile entre los cuatro primeros y jugando con soltura y holgura, se podría ir donde le diera el cuero y la gana. Hasta con doble viático. Parte a la China a ver a un chileno que juega en la liga del Tibet, o a la bonita Corfú en busca de un delantero del Kerkyra Fútbol Club, con abuela chilena nacida en Tomé. Hasta lo podemos entrevistar y que nos recomiende lugares, pueblos y comidas. Felices viajaríamos con él.

Hay otro dato para los directores técnicos, al menos en nuestra latitud: el nepotismo y la amistad son un beneficio y un bien para su labor. Siempre y cuando, de más está decirlo, les vaya bien y no mal. Si le va viento en popa, que ponga a su abuelo de aguatero y a un sobrino de espía, el compadre es preparador de arqueros y con el hijo regalón se completa el equipo técnico. Hasta le hacemos un reportaje humano, porque además de buen entrenador, sería un ejemplo de familia nuclear extendida y explosiva.

Pero el horno no está para facturitas ni para imaginaciones.

Hay mal tiempo y no hay manera de ponerle buena cara.

La nómina ni en el papel asusta, porque a la selección se le perdió la pelota y a Ricardo Gareca la fe.

Lo del apodo de “Tigre” se sostiene en una sola razón: el peligro de extinción.
Antonio Martínez

es periodista y crítico de cine; fue editor de Cultura de “La Época”, jefe de redacción de “Hoy” y director editorial de Alfaguara. Fue corresponsal, desde España, de “Estadio”, y columnista de “Don Balón”. Autor de “Soy de Everton, y de Viña del Mar” (2016), y junto a Ascanio Cavallo, de “Cien años claves del Cine” (1995) y “Chile en el cine” (2012).

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