Everton y lo inmaterial
En el caso de Everton, y por los 115 años, se recordó y premió a René Orlando Meléndez Brito, Eladio Rojas, Guillermo Martínez y Daniel Escudero. Todos fallecidos, por cierto, personas que habitan en el mundo sobrenatural, recorren los pasillos de la memoria y reinan en los partidos invisibles. Hasta el día de hoy, todavía, ellos, los muertos, son los que mejor juegan.
Everton cumplió 115 años y un decreto alcaldicio lo designó Patrimonio Inmaterial de Viña del Mar.
Así que no es el cuerpo y la sangre, no es la masa ni lo tangible lo de Everton o lo de cualquier otro equipo. No es eso. No es lo que está en los rankings ni la cantidad de algo: campeonatos, goles o lo que sea. No es lo visible, es lo invisible. Así que lo que importa y perdura no es la materia, sino lo inmaterial, las cosas que no se ven.
Los sentimientos, por ejemplo, no se ven, pero ahí están, por las personas que se fueron cortadas, como se dice. No están, pero los sigue viendo sentados en la quinta o sexta fila, pegados a la escalera, en la galería o tribuna. En esa época antigua de las calugas del rico veneno, cuando algún viejo o vieja, según su punto de vista de entonces, lo llevaba y le pagaba la entrada: abuelo, mamá, tío, padre, padrino, madrina. Nadie los tapó en su momento con hojas de diario, y ahora ya es tarde, solo queda el diario digital. Son cosas que pasan y tampoco pasa nada. Es cosa suya: su familia, equipo y sentimientos.
Lo sobrenatural tampoco se ve, pero ahora se imagina a sí mismo. Borroso, por supuesto, en el estadio y en una foto de hace 30 años o 20 o 10 y no importa demasiado, porque esto va en progreso y lo que pasa seguirá pasando. Con los que iba al estadio y con los que dejó de ir. Tiene un sueño: la mechada entró de nueve, con el siete y el once la palta. El pernil de diez, por supuesto. En marraqueta, por favor. O en pan batido, si estamos en Viña.
La memoria también es imposible de ver, igual que los pensamientos y las ilusiones, incluido el voluminoso capítulo de las ilusiones perdidas. La pasión por su equipo no es lineal ni racional, es de memoria nomás. ¿Será una maldición, como la de los Baskerville? No se acuerda si Baskerville partió de lateral en el Chelsea y terminó de puntero en el Manchester. De quien sí se acuerda es de personas con nombres chilenos y comunes, como Pedrito Álvarez, que partió de puntero y terminó de lateral, fue en los tiempos de la provincia chilena, antes de las regiones. En la memoria de Wikipedia hay doce Pedro Álvarez y ninguno es el que usted recuerda. Es que la memoria por su equipo es un asunto personal. Nunca lo conoció ni le estrechó la mano, pero le decía Pedrito. No sabe por qué. Seguro que por cariño.
Lo espiritual tampoco se ve, pero esa es la mayoría silenciosa del mundo inmaterial. Espíritus, fantasmas y ángeles de la guarda.
En el caso de Everton, y por los 115 años, se recordó y premió a René Orlando Meléndez Brito, Eladio Rojas, Guillermo Martínez y Daniel Escudero. Todos fallecidos, por cierto, personas que habitan en el mundo sobrenatural, recorren los pasillos de la memoria y reinan en los partidos invisibles. Hasta el día de hoy, todavía, ellos, los muertos, son los que mejor juegan.
Antonio Martínez
es periodista y crítico de cine; fue editor de Cultura de “La Época”, jefe de redacción de “Hoy” y director editorial de Alfaguara. Fue corresponsal, desde España, de “Estadio”, y columnista de “Don Balón”. Autor de “Soy de Everton, y de Viña del Mar” (2016), y junto a Ascanio Cavallo, de “Cien años claves del Cine” (1995) y “Chile en el cine” (2012).