No se necesitan héroes
No por común que sea esa es una práctica loable o siquiera aceptable. Aunque haya mucho en juego, parece un despropósito arriesgar el físico de un deportista cualquiera sea el objetivo. E incluso si el propio jugador no solo lo acepta, sino que lo incentiva.
La necesidad parece tener siempre cara de hereje y en el fútbol de alta competencia eso queda más que claro. Urgidos por los resultados, muchos entrenadores ponen en riesgo la condición física de sus jugadores —a veces a niveles peligrosos— con tal de luchar “con lo mejor” por conseguir objetivos. Y aunque Carlos Caszely dijo en este mismo diario que durante los tiempos en que él jugó “nunca un DT prefirió un partido por sobre un ser humano”, lo cierto es que sí pasaba. Y en Chile.
Muchos jugadores de todas las épocas han reconocido haberse infiltrado para jugar un encuentro. ¿Qué era eso? Administrarse anestésicos, ya sea en una zona lesionada o alrededor del nervio, para adormecerlo y así evitar el dolor. La práctica, que puede ser considerada poco invasiva, no era carente de riesgos y hay varios casos de exfutbolistas que reconocen sufrir hoy lesiones crónicas graves justamente por haberse infiltrado en lugar de haberse curado de sus dolencias en el momento en que se produjeron.
También, en esos mismos años que se ven lejanos y prístinos, se corrieron riesgos que parecen estrafalarios.
En las eliminatorias sudamericanas con miras al Mundial de 1978, Chile jugaba el decisivo partido ante Perú en el Estadio Nacional de Santiago y el volante Ignacio Prieto presentaba una lesión muscular que el propio jugador sentía que lo inhabilitaba para jugar. Pero el DT Caupolicán Peña habló con él y le pidió que jugara igual por la importancia de partido. Prieto accedió, pero le advirtió al entrenador: “Don Caupo, usted debe tener conciencia que puedo desgarrarme y tendrá que usar un cambio a lo mejor en el primer tiempo. Si usted se arriesga, yo me arriesgo”. Y se arriesgaron. ¿Resultado? Prieto entró como titular y a los 40 minutos de la etapa inicial se desgarró y tuvo que ser reemplazado por Sergio Ahumada (y el partido “trascendental” terminó igualado 1-1).
De más está decir que en los últimos tiempos ha habido muchos otros ejemplos. Incluso un entrenador —Jorge Sampaoli— fue tildado como “rompe-jugadores” por algunos de sus colegas…
No por común que sea esa es una práctica loable o siquiera aceptable. Aunque haya mucho en juego, parece un despropósito arriesgar el físico de un deportista cualquiera sea el objetivo. E incluso si el propio jugador no solo lo acepta, sino que lo incentiva.
Es lo que pasó en el último partido eliminatorio de Chile ante Colombia. La rodilla de Arturo Vidal dio muestras desde antes del encuentro que estaba maltrecha, incapacitada para resistir un alto trajín competitivo.
Pero Vidal, con la concomitancia del entrenador Eduardo Berizzo (no se sabe qué dijeron o advirtieron los médicos) decidió entrar a la cancha. No sólo eso: incluso mantenerse en ella pese que era evidente, lógico e incluso mejor para el equipo que saliera. Pero no. Vidal jugó hasta cuando el elástico se rompió. Y Berizzo solo fue un impávido —y acaso cómplice— espectador.
Claro, aplausos para el coraje, garra y compromiso de Vidal. Pero ahora tiene una lesión meniscal traumática aguda con bloqueo articular que obligó a una operación (sutura artroscópica del menisco externo) de la rodilla derecha.
Fuera de las próximas cuatro fechas eliminatorias por lo bajo estará Vidal.
Hay veces que no se necesitan héroes, sino simples mortales que sean capaces de pensar las cosas...
Sergio Gilbert
es periodista titulado en la UC, especializado en fútbol. Profesor universitario y redactor en El Mercurio. En Twitter: @segj66