Según varios políticos e intelectuales progresistas, si José Antonio Kast fuese elegido Presidente, Chile correría el riesgo de retroceder en materia democrática. Detrás de la tesis de que el país vive una “emergencia”, afirman, se ocultaría un programa destinado a transformar a Chile en un país “iliberal”, autoritario, antiidentitario y fuertemente nacionalista.
José Joaquín Brunner, Carlos Ominami y Manuel Antonio Garretón han sugerido que los referentes de Kast serían Viktor Orbán, Donald Trump y Giorgia Meloni; en América Latina, Javier Milei y Nayib Bukele.
En una columna reciente, Brunner expuso sus aprensiones a partir de una lectura crítica de los textos de Kast y su entorno. Con destreza, comparó lo que el candidato dijo en el pasado con lo que sostiene en la actual campaña. Su conclusión es tajante: detrás de políticas para solucionar urgencias inmediatas, Kast escondería un programa “iliberal” que solo revelaría después de llegar a La Moneda. Para reforzar su argumento, Brunner recurre a una amplia bibliografía de expertos internacionales.
Examinar ideas y trayectorias de los candidatos siempre es útil. La defensa de la democracia lo exige. Y, desde luego, es legítimo alertar sobre eventuales pulsiones autoritarias en cualquier sector político.
Hasta ahí, todo bien.
Pero hay un problema: nuestros autores han hablado solo de Kast. Han elaborado listas de supuestas amenazas antidemocráticas del candidato republicano, mientras han ignorado a la candidata Jeannette Jara, como si fuese la encarnación perfecta del ideal democrático occidental.
No lo es.
Jara es militante de uno de los partidos comunistas más ortodoxos y nostálgicos del mundo. Un partido que intentó derrocar a un Presidente democráticamente electo y que bregó por una nueva Constitución que eliminaba los cimientos democráticos nacionales, incluyendo el Senado de la República. Hoy, la candidata se escuda en una coalición amplia y utiliza el lenguaje de la socialdemocracia, pero su fidelidad al partido de Lautaro Carmona continúa, a pesar de supuestos entredichos entre ambos.
Siguiendo la lógica de Brunner, más de alguien podría sostener que Jara esconde bajo el poncho un programa autoritario, leninista y antidemocrático. Lo que dice hoy no coincide con lo que decía antes, y menos con lo que sostiene su partido. El mismo análisis que se aplica a Kast podría y debiera aplicarse a ella.
Jara no ha renunciado al leninismo. Y Lenin fue muy claro: el objetivo final era el poder total y la sociedad sin clases. Para lograrlo, había que distinguir entre táctica y estrategia, aprovechar correlaciones de fuerza, construir alianzas provisionales y avanzar o retroceder según la coyuntura. No es una idea descabellada conjeturar que eso es lo que está haciendo el PC de Chile por medio de la candidata Jara.
En 1973, inmediatamente después del golpe de Estado, el líder del comunismo italiano, Enrico Berlinguer, publicó sus “Tres tesis sobre Chile”, las que dieron origen al eurocomunismo. Berlinguer, Santiago Carrillo, de España, y Georges Marchais, de Francia, modernizaron el comunismo europeo, hablaron de “compromiso histórico” con las capas medias, la Iglesia y otros grupos democráticos. Entre los mayores detractores del eurocomunismo estuvo el Partido Comunista de Chile, entonces y ahora fiel a la tradición soviética, incluso después de la autodisolución de la URSS.
“Dime con quién andas y te diré quién eres” puede ser útil aquí. Hagamos un ejercicio simple usando el índice democrático de The Economist (escala 1-10). Un puntaje mayor de 8 es “democracia plena”; entre 6 y 8, “democracia restringida” (Chile está con 7.83); entre 4 y 6, régimen híbrido; menos de 4, autoritario.
Si tomamos como “amigos” de Kast a Orbán, Trump, Meloni y Bukele, el promedio de ese grupete es 6.6, correspondiente a democracia restringida.
Si tomamos como “amigos” de Jara a Cuba, Nicaragua y Venezuela, el promedio es apenas 2.4, un claro autoritarismo.
Pero dicen que los promedios engañan. Comparemos, entonces, el peor “amigo” del republicano con el mejor “amigo” de Jara. El Salvador, supuesto referente de Kast, tiene un pobre 4.6 en el estudio de The Economist. Eso es definitivamente malo. Pero es casi tres veces más alto que Cuba (2.58), el “más mejor” de los referentes de Jara, país que ella tildó de “democracia distinta”.
La democracia hay que defenderla siempre. Y para ello conviene hacer análisis completos y equilibrados, e identificar con claridad de dónde provienen los peligros. Entre Maduro y Meloni, no hay dónde perderse.
Sebastián Edwards