El pasado fin de semana, aprovechando un espacio en el apretado calendario de la Fórmula 1, el cuatro veces campeón del mundo y monarca vigente, Max Verstappen, hizo una “escapadita” y se inscribió en una carrera de cuatro horas para autos GT (Gran Turismo).
Se trata de un campeonato que tiene como base uno de los mejores escenarios, si no el mejor: el histórico Nürburgring, el que fue dejado de lado por la F-1 por su longitud, más de 20 kilómetros la vuelta, y por la complejidad en la seguridad debido a sus serpenteantes cambios de nivel y su peligroso trazado.
Hace algunas semanas, por el rigor germano que exige la categoría a todos sus participantes, Verstappen tuvo que rendir una prueba de suficiencia, una minicarrera en un auto de baja potencia para poder incorporarse a la competencia. Y ¡¡¡aprobó!!!
Una anécdota ubicada en el límite de la realidad con el absurdo.
Al mando de un Ferrari 296 GT3 y compartiendo la conducción con un joven británico, Chris Lulham, Verstappen reafirmó por qué es de otra dimensión. Bajó el récord absoluto de la categoría en dos segundos, y después de dos horas entregó el auto con un minuto de ventaja, la que fue bien administrada por Lulham para ganar con holgura la carrera.
¿Qué motivó al campeón a mezclarse en una competencia de nivel inferior a lo que está acostumbrado? No fue por dinero ni por agigantar su currículum. Fue lisa y llanamente por deporte, porque detrás del multicampeón hay un deportista apasionado que disfruta compitiendo y que estuvo dispuesto a exponer su prestigio si la movida en Alemania hubiera salido mal.
Otra demostración de que el neerlandés es muy especial. De hecho, participa activamente en los campeonatos en simuladores, en el que tiene un equipo y de donde justamente proviene Lulham.
Esto que parece tan raro, un piloto de F-1 tan lejos de su hábitat, era frecuente hace algunas décadas. Un calendario más relajado, con temporadas de 15 o menos carreras, les permitía a los pilotos ganar un dinero extra corriendo en otras categorías: F-2, Prototipos, GT e incluso autos carrozados.
Desde luego asumían riesgos, muchas figuras importantes sufrieron accidentes fatales en estos “pitutos”, como por ejemplo el mexicano Pedro Rodríguez, quien se mató en una carrera intrascendente en Alemania; o la figura más promisoria de la F-1 de los ochenta, Stefan Beloff, quien se despistó fatalmente en la famosa curva de Eau Rouge en Spa, al mando de un Porsche SP. Y el caso más extremo, el súper campeón de los sesenta, el escocés Jim Clark, quien falleció al salirse de la pista en una carrera de F-2 en Hockenheim, Alemania, a la que asistió con el objeto de cumplir el contrato con un proveedor de neumáticos.
Lo de Verstappen es notable, tanto por su actitud como por su elevadísimo nivel conductivo. Con esas ganas, hay campeón para muchos años.
Alejandro Schmauk