Cuando San Agustín escribe que “Dios se escapa de los que le buscan y busca a quienes se le escapan”, expresa de forma sugerente y hermosa, como suele hacerlo, la manera en la que se da esta relación entre Dios y el hombre. En su ingeniosa escritura, es Dios quien busca al alma alejada, pero, a la vez, pareciera que este mismo Dios no se deja hallar por el que le busca, aunque en esa “batida” ya hay una vía de hallazgo. En cierto sentido, nadie puede ir detrás de Dios si no supone previamente su existencia. Por el contrario, no se ve factible que quien no crea en su existencia salga tras su rastro. Como sea, el punto del antiguo obispo de Hipona es el siguiente: si alguien no busca a Dios, Dios lo busca a él, al menos hasta donde sea posible, ya que Dios no anula el libre albedrío, que es libre porque no está predeterminado.

En este misterioso vínculo entre Dios y el ser humano, lazo con más preguntas que respuestas, hay una especie de persecución infatigable de Dios por el hombre y del mismo hombre, incluso sin saberlo, por un Dios que lo colma y que calma todos los anhelos de su insaciable corazón. Pero, como señala el ya citado San Agustín: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.