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Editorial
Martes 15 de abril de 2025
Un protagonista de su tiempo
Será muy difícil llenar el vacío que Vargas Llosa deja como intelectual de espíritu indomable, comprometido con la libertad.
La partida de Mario Vargas Llosa, al decir de sus hijos, “luego de una vida larga, múltiple y fructífera”, constituye una inmensa pérdida para la literatura. Ella será parcialmente atenuada por el imperecedero legado de sus novelas. Actuales y futuras generaciones podrán seguir leyéndolo y releyéndolo, admirando su talento para construir y relatar historias sobre el acontecer humano.
Más difícil resultará, sin embargo, llenar el vacío que Vargas Llosa deja como intelectual público. Tuvo una presencia permanente en el debate de ideas, siempre dispuesto a entregar opiniones sobre los más diversos temas, sin escabullir los juicios morales o políticos que ellos le merecieran. Durante 33 años escribió para El País agudas columnas quincenales, reproducidas luego en los principales medios de habla hispana, las que siempre reflejaron su genuino interés por el destino de la humanidad, por la mejor forma en que debían organizarse las sociedades, por las actuaciones de sus políticos y por los dilemas a los que se enfrentaban los países, las que combinó con conferencias y seminarios en distintas partes del mundo, en los que daba a conocer sus ideas y opiniones, muchas de ellas como resultado de viajes que realizaba para investigar en el lugar mismo de los hechos las controversias o conflictos que más lo angustiaban.
Sus ideas políticas comenzaron a moldearse como estudiante secundario en un Perú gobernado por el general Odría. El carácter autoritario y represivo de su régimen le resultó repugnante, dejando una huella indeleble en el futuro novelista. Como muchos escritores latinoamericanos —y no solo latinoamericanos— fue inicialmente seducido por la revolución cubana, no solo porque liberó a Cuba de la dictadura de Fulgencio Batista, sino porque pretendía construir “un hombre nuevo” en una sociedad socialista. Sin embargo, el progresivo estrangulamiento a la libertad de expresión de la Cuba castrista, la obligada uniformidad que allí se instauró, con un régimen igualmente represivo y autoritario —simbolizado particularmente por el encarcelamiento y la grotesca “confesión” pública a que fue obligado el poeta Heberto Padilla, en 1971—, lo llevaron a apartarse de esa doctrina y de su forma de ver el mundo.
Su intensa inquietud intelectual lo impulsó a querer entender las causas más profundas del fracaso cubano y del socialismo en general. Como cuenta en su libro “El llamado de la tribu”, fueron las lecturas de diversos autores, entre los que destacan Raymond Aron e Isaiah Berlin, las que lo dirigieron hacia el liberalismo, aquella doctrina que privilegia la autonomía responsable de las personas, sin pretender imponerles cómo deben pensar o actuar. También lo persuadió la epistemología de Karl Popper —y a partir de ella, la idea de que hasta las más profundas convicciones pueden ser modificadas con evidencia suficiente—, haciéndole valorar un sano escepticismo para analizar las cosas, así como desconfiar siempre de las posturas absolutistas. Ese proceso intelectual al que se autosometió, parte del cual ocurrió en Londres, encontró en el gobierno de Margaret Thatcher una expresión práctica, pues pudo observar cómo esas ideas sacaban a Inglaterra del estancamiento y la ausencia de dinamismo en que había caído, al incentivar la libre iniciativa económica y quebrar los monopolios sindicales que asfixiaban al país.
Mantuvo siempre un espíritu indomable al momento de manifestar su liberalismo, contrario a todo tipo de dictaduras, autoritarismos o fanatismos, aunque con ello molestara en ocasiones a personas con las que coincidía políticamente en otras materias. Su liberalismo nunca fue “tribal”, sino, por el contrario, coherentemente intelectual. A lo largo de su vida, Vargas Llosa copó el paisaje intelectual de buena parte del siglo pasado y de gran parte de este, complementando su calidad de galardonado novelista con la de un verdadero protagonista de su tiempo.